Escuchar como parte del diálogo es más que percibir sonidos, se necesita una actitud frente al otro que permite entender su situación y la recepción del mensaje. Incluso no sólo se escucha la voz del otro, se perciben otras señales o lenguaje no verbal. Además eso permite interpretar si lo que uno dice es entendido, aceptado o rechazado. Si se sabe escuchar se logra la empatía (ponerse en el lugar del otro), logrando así un verdadero diálogo. Escuchar permite entender al otro y saber así cómo hay que hablarle.

Algo sorprendente en una época en la que las comunicaciones han borrado distancias, donde se puede no sólo escuchar, también ver lo que el interlocutor está haciendo, la comunicación está dificultada por no saber escuchar, ésta puede quedar reducida a la recepción de palabras sin percibir el sentido del mensaje.

Es un tema para meditar en el ámbito escolar, el maestro quiere que el alumno lo escuche y lo entienda, pero para eso es necesario que también él escuche y entienda al alumno. La experiencia docente hace que con solo mirar al alumno se sepa si es entendido, y se puede distinguir eso de una actitud externa de atención mientras la mente está en otra cosa. El alumno, para entender qué está diciendo el maestro, se ubica en su punto de vista, cuando eso no se hace es fácil que, en vez de entender se cambie el mensaje recibido de acuerdo a lo que el oyente cree o quiere escuchar; eso limita la capacidad de respuesta, se responde a lo que uno mismo entiende o quiere entender, no a lo que el otro dice.

Saber escuchar ayuda a comprender las vivencias del otro, y de ese modo saber lo que dice. Desde una actitud centrada en sí mismo, sin saber cómo trasmitir lo que piensa, puede no advertir qué puede aprender y en qué puede ayudar al otro. En el verdadero diálogo hasta puede guiarse al otro a pensar por sí mismo la solución a un problema, además el saberse escuchado puede hacer que manifieste su interioridad; si en cambio se desvía la conversación hacia nuestro interés sin buscar la verdad, el interlocutor puede perder confianza. Es fácil advertir el deseo de ser escuchado, se ve como una necesidad, saberse escuchado genera confianza, posibilita el diálogo y con él el entendimiento.

Hoy saber escuchar aparece dificultado por la hiperactividad, la cantidad de información que llega por distintos medios absorbe la atención, instala lo novedoso sin discernimiento. Saber escuchar puede ayudar a discernir. Si el maestro aprovecha este recurso, escuchar y enseñar a escuchar, puede resolver más fácilmente situaciones de aprendizaje, lograr entendimiento en el ámbito áulico. Este tema alerta sobre otro riesgo, que el alumno se habitúe a escuchar sin reflexionar, asimilar casi sin entender lo que escucha; puede tener tan disminuido su sí mismo, hasta parecer un recipiente de novedades muchas veces vacías de significado, y de esa manera retener algo para responder casi con automatismos a instancias evaluativas; también puede caer ante influencias intencionadas que los arrastren a una forma de dominación que los reduce a lo momentáneo, lo fugaz, lo novedoso solo por ser nuevo, sin discernimiento; o los deje sin los recursos necesarios para no dejarse dominar por sectas que captan adeptos con control mental. Saber escuchar significa saber entender y fortalecer el propio pensamiento, el yo, el sí mismo, pero buscando la verdad.

Puede costar lograr el equilibrio, es un tema para analizarlo en la educación, ahora con el inicio de las clases nos encontramos con las expectativas del alumnado ante un nuevo ciclo escolar, tener respuestas adecuadas es lograr una base firme para llegar a un buen resultado. En nuestro tiempo hay cosas nuevas en la tecnología que llegan a la escuela, será necesario saber cómo usarlas para prevenir la formación de una mente que solo reciba sin saber qué, que se haga dominable ante la espontaneidad sin reflexión, en cambio una mente que sabe escuchar y pensar con objetividad ayuda a encontrarse a sí mismo.