Corría el año 1972. Lo que hoy es Barrio Aramburu, en Rivadavia, eran grandes extensiones de parrales que en tiempos de cosecha daba trabajo a muchas familias de la Villa Lourdes, entre otras barriadas. Detrás de esa villa había unos terrenos donde por entonces había un par de hornos de ladrillos en los que trabajaban personas de origen boliviano, quienes eran expertos en esa tarea. En medio de ese baldío, "una canchita'' de tierra y piedras sueltas. Allí, niños, adolescentes y adultos jugaban al fútbol. Justo en el centro del campo de juego, los chicos, sumaban ramas, troncos y todo tipo de maderas para hacer la fogata. Era la previa al "Día de San Juan". Pero, no sólo eso, sino que el mismo ritual, días más tarde, se cumplía también para el "Día de San Pedro y San Pablo".


En esas épocas, en plena zona de Desamparados, limítrofe con Rivadavia, sólo habían algunos barrios y villas como la Pósleman o los barrios Huazihul, Del Carmen y Jardín. Sólo existían parrales donde en la actualidad se yerguen barrios como el SMATA, Mutual Banco San Juan, Aramburu, entre otros. Eran otros tiempos de una ciudad Capital y Gran San Juan, más rural.


En esos años se hacía casi una competencia tácita entre vecinos de distintos barrios para mostrar la fogata más grande y voluminosa, porque en esas noches, el cielo se iluminaba con el fuego del ritual.


En ocasiones, el frío invernal invitaba a compartir unas pequeñas copitas de anís o licor de café entre los adultos, muy populares por esos tiempos.

A eso de las 21, cuando la noche cubría todo, el público le pedía al vecino carismático de la zona, que se acercara con una antorcha. Estaba hecha por un palo de escoba a la cual se le sujetaba en un extremo algo de estopa que se usaba en los talleres mecánicos. Todo eso atado con alambre y embebido en kerosene.


Una vez encendida la antorcha, la expectativa crecía. Los niños seguían al vecino hasta que el hombre encendía las partes de abajo de esa estructura de maderas, palos, ramas, pasto seco, incluso muebles viejos e inservibles, además de papeles.


De pronto, las llamas se transformaban en lenguas de fuego de muchos metros de altura. Y mientras la fogata crecía, alguien, entre el vecindario daba un grito de "¡Viva San Juan!", cómo días más tarde "¡Viva San Pedro y San Pablo!".


A la medianoche, sólo quedaban brasas. Muchos de los vecinos aprovechaban y acercaban braceros para llevarse algunas y con ello calefaccionar sus viviendas. Es que en esas épocas no había gas natural ni estufas eléctricas.


Como en la canción de Joan Manuel Serrat: "Fiesta", la celebración terminó, cada uno a su casa, con la alegría del vecindario reunido en torno a celebrar a San Juan y luego a San Pedro y San Pablo. Eran costumbres vividas en las barriadas sanjuaninas.