La condición fundamental para honrar la vejez en vida es ante todo, respetarse a uno mismo.

De ninguna manera y bajo ningún concepto un joven o un adulto pueden superar a un anciano, no porque tenga más años o porque tenga arrugas o porque haya adquirido más experiencia sino porque por su sola condición es un verdadero monumento en vida. Y por qué digo esto, porque es difícil enaltecer con palabras lo que la misma vida ha enaltecido.

Es imposible comprender de una sola mirada o conocimiento, todo lo que implicó llegar a la vejez, donde todo se espera porque ya fue hecho y donde quien espera, espera la reacción acertada del joven o medida del adulto. 

El aliento o la respiración del anciano son medida, la del joven ansioso y la del adulto apurado. Sólo quien va o conoce el ritmo del anciano logra acompañar su sabiduría o al menos su simple vida, llena de acontecimientos aunque no hayan sido de los mejores.

Al joven le digo: Llega a anciano siendo sobrio, serio y prudente, sano en la fe, en el amor y en la paciencia. Siendo reverente en tu porte; no calumniador, ni esclavo del vino o el cigarro. Se maestro del bien; enseñante de jóvenes para amar con el matrimonio y por este a sus hijos. Llega a ser anciano con la prudencia procurando la sabiduría.

Observa que jamás un anciano es carga para la familia sino la posibilidad de apreciar tu vida misma reconociendo tu origen. Nunca avances contra un anciano, porque Dios mide tu temperamento.

No reprendas al anciano, sino dile que tú te equivocaste y veras su respuesta. Y si no puedes honrar al anciano que tus ojos ven, apártate de su mirada porque no lo mereces a tu lado.

Reconoce que el título de anciano supera enormemente al universitario con ocho doctorados juntos, este de cincuenta años, aquel de más de 70, 80, 90 o quizás 100 años. Quien ha llegado a anciano ha sido puesto a prueba para todo el mundo para no perder de vista que haces tú con aquel.

Mira y observa atentamente a una anciano e inmediatamente sabrás que tú nunca podrás serlo velozmente ni siquiera ganándole al tiempo, pero al final de éste, cuando tu menos lo pienses ocuparas su lugar y así éste escrito será entendido por ti.

Por eso anticípale si tú puedes, corre con premura y dale un abrazo, que no se te escape y la muerte te lo arrebate. Haz de ese momento un eterno y feliz estado el de aquel momento que nunca acabará porque quiere estar con vos y seguramente tú con él.