Cuando en la década de 1990 conversé en Madrid con María Estela Martínez, no quiso hablar de sus primeros tiempos con Juan Perón, porque, dijo: "todo lo diré en mis memorias''. Pero al preguntarle si faltaba mucho para su publicación, me aclaró de inmediato: "No se cuánto más viviré, porque se publicarán después de mi muerte''. Hoy, a sus casi 87 años, que cumplirá el próximo 4 de febrero, vive en su querida España, su estación anciana con muchos cuidados y, como en los primeros tiempos tras su regreso de Argentina en 1984, aislada de casi todo, enclaustrada.


Recuerdo que tras su retorno a España, después del derrocamiento y luego de su prisión de casi seis años en la residencia "El Messidor'', en Neuquén, sus escasas amigas madrileñas decían, "Isabel quiere meterse a monja''. Y lo aseguraban, no sólo porque la viuda de Perón se los había comentado, quizá producto de la depresión que acarreaba desde Argentina, sino por esa vida de convento que ya llevaba, saliendo de su casa sólo para ir a misa, en la iglesia "De los Jerónimos'', que quedaba frente a su casa, en un ilustre barrio de la capital española, a una cuadra de la Real Academia Española y a dos del Museo del Prado, y donde había contraído matrimonio, a principios de ese siglo XX, nada menos que el rey Alfonso XIII, bisabuelo del actual Felipe VI. Pero en esas memorias, que debe estar acunando todavía Isabel, porque dicen que aún dedica tiempo a sus trazos memoriosos, nadie puede saber si delatará enigmas de aquel mágico preludio navideño de 1955, cuando en Panamá, le presentaron "al señor Perón''. Probablemente no quede ningún testigo vivo que pueda corroborar esas vivencias. Lo relate o no en su evocación postrera, ese hechicero instante aconteció y fue de tal magia que le cambió su vida en ciento ochenta grados y para siempre. Ese día de diciembre fue para ella la Pascua anticipada. Comenzaba una nueva vida; totalmente distinta. Con un futuro nunca antes imaginado a sus 24 años. Es público que se conocieron en Panamá, a donde el General había llegado en su periplo obligado y casi furtivo por distintos países, que arrancó en Paraguay y terminó en Madrid. Con los años, confesaría sobre el inicio de su exilio, que "A Buenos Aires le dije hasta luego, nunca adiós''. Por ello, la cabeza de Perón seguía en Argentina, y lejos podían existir planes de matrimonio en el exterior. Sus preocupaciones eran otras, y la principal de ellas, el retorno, apenas se dieran las condiciones. Era el segundo de sus desembarcos y había llegado a Panamá el 6 de noviembre de 1955, cuando presidía ese país, Ricardo Arias Espinosa. El 23 de diciembre de 1955, por una invitación especial que se le realizó, Perón acudió a presenciar un espectáculo de danzas producido por el ballet que dirigía el argentino Joe Herald, y donde una de sus integrantes era la riojana argentina María Estela Martínez Cartas. Utilizaba como nombre artístico el de "Isabelita''. Precisamente, esta joven mujer, le fue presentada al ex presidente argentino, y de ahí comenzó una relación que perduraría toda la vida. Sin embargo, aquel Perón vivía en esos momentos en una estrechez económica muy fuerte, lo que no debilitaría la incipiente relación. En una columna publicada en DIARIO DE CUYO el año pasado y titulada: "Los últimos cien dólares de Perón'', cuento cómo fue el momento en que el General, un mes después de conocerla, a principios de 1956, concurrió con Isabel a retirar de un banco, sus extremos ahorros. La historia seguiría hasta que ambos llegan a Madrid, y, entre las exigencias del entonces dictador Francisco Franco para residir en Madrid, figuró la obligación de contraer matrimonio a la pareja, cosa que ocurrió el 15 de noviembre de 1961. Así, Isabel Martínez se convertía en la tercera esposa del general Perón. Lo que vino después, como en el tango, fue de azúcar, pimienta y sal.

Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista. Autor de "Perón - Frondizi, la conversación'' (Emporio Edic. Córdoba)