Internet ha permitido capear en parte el temporal de la pandemia. Esto nos permite abrigar esperanzas en que no todo está perdido. Pero no nos excluye de reflexionar en el hecho de que estamos volcando más que nunca toda nuestra vida a la red. Habrá que ver si somos capaces de abordar a término mecanismos consensuados de regulación de las acciones que terceros realicen con nuestros datos, diseñando esquemas de protección a los consumidores de abusos por parte de las corporaciones que se enriquecen con sus datos, y de los Estados, que los emplean para vigilarlos. La ciudadanía debiera poder debatir y elaborar los algoritmos que condicionarán su vida cotidiana, y no a la inversa (que es el modelo imperante actual). Y los datos producidos como resultante a la ejecución de estos algoritmos, deberían retroalimentar positivamente su precisión. 


En este contexto, resulta imperativo para esta "nueva normalidad", el establecimiento de un gran acuerdo internacional sobre el uso de los datos (el tan mentado Data New Deal, gesta de intelectuales en ciencias sociales y de tecnólogos que se debate actualmente), y la construcción de un organismo multilateral (una suerte de Organización Mundial de los Datos), que limite la injerencia y vigilancia de los Estados miembro sobre los datos y conductas de sus ciudadanos.


Si bien, en tiempos de pandemia como la de coronavirus, resulta deseable que los ministerios de Salud acusen recibo de antemano del incremento de búsquedas en Google relativas a la gripe, y con dicha información tomen decisiones pertinentes en aras de prevenir o ralentizar el contagio, esto jamás debiera suponer la construcción de un panóptico foucaultiano global al estilo chino, que tenga la potencialidad de "vigilar y castigar" cualquier acción individual de un internauta, a través de polémicos ciberpatrullajes. Esta discusión revela ostensiblemente la importancia que reviste en esta nueva era la algorética (la ética aplicada al diseño y utilización de algoritmos) en la sociopolítica.


La regulación necesaria debería consensuarse de un modo transparente y previsible, sancionándose inicialmente en el Congreso, y luego programando la implementación de dichas medidas en virtud de un algoritmo basado en los datos. Esto hoy es perfectamente factible, y no estamos lejos de que ocurra.


Pronto ingresaremos a una era en la que los algoritmos se autoregulen, aprendan del medio y se vuelvan más precisos. Contemplar el resultado de algoritmos regulando algoritmos será una imagen epocal típica de los tiempos en ciernes. La postura no ha de ser regular a la tecnología, sino regular desde la tecnología. Esto no implica un paradigma antitecnologicista, sino que aboga por la construcción de una tecnodemocracia que garantice los "derechos sobre los datos" del ciudadano.


Pero la necesidad de una solución centrada en la gubernamentalidad algorítmica y democráticamente diseñada para cuestiones como la privacidad de datos personales, y un acuerdo internacional a este respecto, es algo que decantará por su propio peso muy pronto. 


Si se lo canaliza adecuadamente, el avance tecnológico tiene el potencial de producir soluciones en donde existan desvíos antidemocráticos en materia de vigilancia hacia los ciudadanos, o de abuso en la utilización adecuada de datos de terceros. Muy pronto veremos a la tecnología autoregulándose.

  • Un algoritmo es una secuencia de instrucciones que representan un modelo de solución para determinado tipo de problemas. Se dice que en la ciencia de la computación y en la programación, los algoritmos son más importantes que los lenguajes de programación o las computadoras. Un lenguaje de programación es sólo un medio para expresar un algoritmo y una computadora es sólo un procesador para ejecutarlo. En el caso de las redes sociales un algoritmo es un sistema computarizado que determina qué contenido ven las personas cuando entran en una plataforma.

Por Juan Marcos Tripolone
Profesor de Política de Negocios en la Universidad de Congreso y Conductor de El Aprendiz de Sabio en Radio Antena 1.