Siempre he pensado que los argentinos somos un pueblo alegre. Con preocupación advierto, sin embargo, que la tristeza y el enojo se va apoderando de muchos rostros. Hay quienes ya hablan de irse del país como única salida. Me parecería una ingenuidad adjudicar el cambio del humor social a la pandemia ocasionada por el Covid-19. Indudablemente es el escenario donde mejor se manifiesta, pero no es su causa. Tampoco creo que se deba a la situación económica y al horizonte poco claro que se avizora. Ya hemos vivido circunstancias como estas. El cambio del humor social, a mi parecer, tiene una explicación más profunda. Está relacionada con las causas que producen alegría y nuestra dependencia de ellas. 


Explico el punto con las experiencias recogidas en un taller para adultos que dicté hace algunos años. La consigna de la dinámica inicial era clara. Debían escribir cosas que les causara alegría y responder sí su alegría dependía de ellas. La sorpresa fue grande no tanto por las cosas que provocaban alegría, sino por la dependencia entre aquella y sus causas, que mostró la mayoría. Personalmente entiendo que si nuestra alegría depende de la concurrencia de ciertas condiciones, está subordinada a ellas. No sería "alegría" en sí misma, sino la de esas condiciones. Así, por ejemplo, si nuestra dicha dependiera de tener un auto nuevo o tener una casa de fin de semana, nuestra alegría estaría en esas metas. Pero, realmente eso ¿nos convierte en personas alegres? Desde la lógica del tener tal vez la alegría efectivamente, nos visite por un rato. Pero pasado el éxtasis de los logros pasajeros, el vacío volverá a rondar nuestra casa. La verdadera alegría no es esclava de sus causas. Y ello tiene una explicación. La alegría es un sentimiento que surge de dentro. Hay personas que conservan esa alegría aún en sus noches más oscuras. Porque la alegría no es sinónimo de vida sin dificultades. Todo lo contrario. Las adversidades suelen enriquecer la vida interior, verdadera fuente de la alegría.


Pero como quedó plasmado en el taller, pareciera que nuestra alegría está más en las causas que en nuestro interior. En la mayoría de las respuestas aparecía la alegría expresada básicamente en tener, triunfar y gozar. Tres verbos que sintetizan la imagen de lo perecedero, se agotan en lo externo y terminan ocasionando insatisfacción. Tal vez por eso quedamos anclados en lo que no fue, en lo que no logramos y en lo que no tenemos. Quizás ello es lo que abate nuestra alegría y nos causa tristeza y enojo.


El taller terminó con una reflexión sobre la felicidad paradójica del consumismo, a partir del cuento de Kierkegaard: El lirio y el pájaro. La planta, relata el filósofo danés, lucía hermosa y alegre a orilla del riachuelo. Era feliz allí escuchando el correr de las aguas. Pero su alegría se fue borrando cuando a instancias del pájaro que la visitaba, terminó concentrada en aquello que no tenía. Miró la vida desde la cárcel de sus afanes fugaces y entristecida le pidió al pájaro que la llevara a tierras más hermosas para ser un lirio imperial. Y así fue que el pájaro con su pico arrancó el lirio y voló lejos. El desenlace es previsible: en el camino el lirio se secó. Tal vez nos está sucediendo aquello del lirio y el pájaro del cuento de Kierkegaard. Quizás nuestro sugestivo pájaro sea el consumismo con su oferta de felicidad paradójica que promueve ciudadanos adictos a infinitos estímulos, cada vez más tristes e insatisfechos. El consumismo convertido en nuestra cárcel. Como dice Pertusi, cantautor argentino de rock: "Como esas cosas lujosas que hay en tu casa que nunca pueden llenar tu vacío existencial. ¡Qué ironía del destino es haber nacido con alas y mirar el cielo desde ahí!" (Attaque 77, El pájaro canta hasta morir).

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo