Desde la figura de San Juan Pablo II hasta el Papa Francisco, se promueve el diálogo entre credos en busca de comprensión y paz en la humanidad.


El diálogo es la verdad que circula, sin que nadie se crea dueño absoluto de la verdad. Más bien, cada uno es un buscador y servidor de la misma. Y es la verdad que hace crecer raíces y alas en el ser humano. Cuánto más el diálogo interreligioso. "La verdad los hará libres'', nos dice Jesús en Jn 8, 32. Esta era la frase que más le gustaba al Papa Juan Pablo II, de todas las expresadas por Jesús y que constan en su Evangelio. El diálogo interreligioso posee sus exigencias internas, sin las cuales no puede ser verdadero ni auténtico. Cada una de las partes tiene que entrar en la experiencia religiosa del otro, para comprenderla por dentro. Es un esfuerzo de comprensión y simpatía, una cierta "fusión de horizontes'' como reclamaba Hans Georg Gadamer. En el prólogo a su libro "Jesús: su infancia'', decía Joseph Ratzinger que había de ser leído con un mínimo de simpatía, sin la cual ninguna lectura correcta es posible. Esto no quiere decir que se deba, ni siquiera que se pueda, poner entre "paréntesis'' la propia fe, aunque sea de modo provisional. La honestidad y la sinceridad del diálogo requiere que las diferentes partes se comprometan en la integridad de la fe. Llegados a este punto, están fuera de propósito toda duda metódica, toda restricción mental, así como toda reducción de su contenido. El dialogo auténtico no admite ni el sincretismo ni el eclecticismo como filosofías conducentes.


Por otra parte, entrar en cuanto se pueda en el mundo interior del otro, comprender su experiencia religiosa, adhiriéndose sin embargo, a la propia fe, no quiere decir compartir con el otro esa misma fe. Quizá hay puntos comunes que, en una jerarquía de verdades, se puedan si compartir. Como nos enseñara en esto un gran maestro, Karol Wojtyla, quien ya ha ganado su puesto en la filosofía contemporánea por sus ricas reflexiones en torno al Personalismo.


El cristianismo tiene necesidad del judaísmo para autocomprenderse, en cuanto constituye la "raíz'' y el contexto semántico último. Por su parte, el hebraísmo también tiene necesidad del cristianismo para estimularse, "aggionarse'', descubrir quizás nuevos horizontes de herramienta interpretativa. Por otro lado, los cristianos todos hemos de dar al mundo el testimonio vivo de los valores del Evangelio que nos une, y entre ellos, el amor, la fraternidad, la comprensión, el desapego al poder o formas de "yo puedo mas''. Hay muchos elementos comunes que nos unen. Ya lo decía Juan XXIII: es más lo que nos une que lo que nos distancia: la lucha por la cultura de la vida, el apoyo a la familia, el desarme armamentista, la erradicación de la pobreza, un mundo más equitativo y fraterno, etc. Está concluyendo en estos días el Curso sobre el Holocausto Judío, organizado por la Sociedad Israelita y la Universidad Católica de Cuyo. Ha sido desarrollado con amplia participación de público judío y cristiano. Los docentes también provinieron de ambos credos. Desde los Rabinos, el Arzobispo de San Juan, sacerdotes y docentes varios y el presidente de la Asociación Armenia. Un ejemplo de fraternidad en tono a la verdad. La gran conclusión ha sido que ninguna religión puede ser auténtica si es funcional a la violencia, que de suyo no tiene lógica. La libertad religiosa nos ensancha el alma y la voz. Hace posible el diálogo. Nos pone en búsqueda permanente de la verdad y el amor.

Por el Pbro. Dr. José Juan García