El novelista británico Graham Greene (1904-1991) se enamoró de aquel ser humano profundo, que vive destellos oscuros, sin ver la luz. Así lo vemos por ejemplo en el "Poder y la Gloria'', donde un Teniente y un Cura a pesar del sufrimiento por sus condiciones de miseria, luchan en un mundo difícil. No obstante, la historia humana es siempre la de los hechos, pero también no lo es, cuando no se va a fondo. La falta de templanza crea la confusión del ser contemporáneo en donde el tedio es el síntoma del estado de situación. En tanto, la vida cotidiana sigue apelando a lo infinito, del sentido de la vida. El dejar hacer sin que alguien intervenga destruye cualquier credibilidad.

Graham Greene: la historia no la cambian los discursos sino los hechos.


En la mentalidad racionalista la felicidad debe venir del mundo, para un pensar trascendental, el universo está sometido a la precariedad, de la cual sólo nos liberarían los principios eternos ¿Existe en nuestra cultura algo fuera de los goces cotidianos? Es decir, vemos en los personajes de Greene una vida dura, sin adjetivos, sobre todo los de una infancia sin amor, que genera una búsqueda psicológica de identidad, donde hasta lo más horroroso quiere hacerse comprensible. A veces, la corrupción, que es grave, es el síntoma de cosas que como sociedad nunca encaramos. Tenemos que decidir el futuro.


Es decir, para redondear, los fugitivos, cárteles honestos, valijeros dulces, o los moralistas sin fe, son los que se ven reflejados desde las obras en la realidad o viceversa. Es cuando alguien pretende olvidar sus penas, pero las penas no lo abandonan. Por ello, el dilema existencial de nuestro tiempo está atravesado por una obra en dos actos: una, la de darnos cuenta en la angustia que nos aqueja cuando las cosas deben mejorar, junto a la ausencia de una fuerza interior, que nos haga capaces de ello; otra, en la de estar ensoberbecidos de tecnicismos, incapaces de encontrar una salida sustentable que no acarreen más indignación.


Oportunamente, la política paternalista, como la del sálvense quien pueda, el decidir sobre la vida o la muerte, contribuyen a generar una cierta ausencia de Estado desde un rigorismo moral único. Es decir, ahora en un ataque de transparencia se confiesan aprietes. No obstante, las cualidades de la nueva política requieren no tanto de aficionados con buenos modales, sino de gente que deteste la coima. Ya no interesa competir para ver quien roba más con la aplicación de reformas. Además, de experimentados, que sepan como encausar la fuerza que están teniendo los más jóvenes en movimientos no tradicionales. Lo que cambia la historia no son los discursos, sino los hechos.


Al igual que en las novelas de Graham Greene nosotros también estamos en la búsqueda de identidad en los sucesos mediáticos, perfeccionismo, escraches, en épocas difíciles, lo que supone un deshuese de nuestras malas políticas, pero que no se pueden cambiar de golpe.


Actualmente, este constituye nuestro dilema central, que es el intentar de conjugar las flechas del error hacia la calma de la verdad. Al respecto, seremos dueños de nosotros mismos, personajes reales de Greene, no sólo cuando nos reencontremos con nuestra identidad de fondo, sino cuando como sociedad madura democráticamente, tengamos un tránsito equilibrado de un estado de error hacia uno de serena verdad, pero con una franqueza humilde.

Por Diego Romero     Periodista, filósofo y escritor