Quizás no estemos acostumbrados a hacer una pausa en nuestra vida y reflexionar. Lo cierto es que la pandemia nos puso en pausa y la reflexión vino sola. Efectivamente, un virus de 60 a 140 nanómetros de diámetro que sólo puede verse con un microscopio electrónico, puso en jaque a toda la humanidad. Recordemos que el nanómetro es una unidad de longitud que permite medir dimensiones extremadamente diminutas. Un nanómetro equivale a la millonésima parte de un milímetro. 


He aquí la primera reflexión. Una de las víctimas silenciosas del Covid-19, acaso sea nuestro sistema de seguridades. El edificio que construimos sobre la confianza desmedida en los avances científicos-tecnológicos mostró sus fisuras. Y así, mientras avanzábamos sin mayores reparos éticos en la manipulación genética en humanos, un virus manipulaba nuestras viejas normalidades. 


Baste recordar un hecho ocurrido en China a finales de 2018. La comunidad mostraba su estupor ante la noticia del nacimiento de gemelos modificados genéticamente, para protegerlos del virus de la inmunodeficiencia humana (HIV) contraída por el padre. A menos de dos años, también un virus, pero cuyo origen es desconocido, provoca una epidemia que hace temblar al sistema sanitario del mundo. Mientras en un caso jugamos a ser Dios, en el otro le rogamos nos libre de esta pesadilla. Una sociedad paradojal, por cierto. 

"Una de las víctimas silenciosas del Covid-19, acaso sea nuestro sistema de seguridades. El edificio que construimos sobre la confianza en los avances científicos-tecnológicos mostró sus fisuras". 

Pero volvamos al punto inicial. La pandemia ha significado una alerta roja a nuestras seguridades. Efectivamente, nos mostró que somos sociedades donde el riesgo es global y socava los pilares del sistema de seguridad tradicional. Vemos un poco este tema. Generalmente, los efectos de nuestras conductas se dirimen aquí y ahora y son imputados a un sujeto determinado. El principio de causalidad rige todo el andamiaje moral. Es simple: un sujeto, una acción (causa), un efecto querido (consecuencia). Pero la pandemia ha hecho tambalear esta estructura de la responsabilidad moral por nuestros actos. Avancemos con algunos interrogantes. ¿A quién imputamos el daño inicial, sí aún desconocemos el origen del coronavirus? No hay sujeto moral individual identificado, ni los efectos confluyen en la inmediatez del eventual acto. Basta mirar en un mapa los países afectados. Las consecuencias nos alcanzan a todos, dejándonos en un lugar de vulnerabilidad y confusión social. 


Quedamos en el umbral de la segunda reflexión. Fuimos desalojados del territorio de lo seguro. Es cierto que el ser humano está programado para buscar seguridades. Es una cuestión intrínseca a la naturaleza humana. Pero también cabe decir que las seguridades suelen ser la cárcel mental donde quedamos atados a viejas rutinas. El automatismo de lo seguro no es tierra fértil para la reflexión y el cambio. ¿Cómo convertir ese desalojo en una oportunidad? Es la pregunta que a manera de reflexión debería interpelarnos. Por lo pronto, en esta fase hay algunas consignas, casi aritméticas, que pueden ayudar: -Menos miedo y más responsabilidad; -Menos individualismo y más solidaridad. 


Es tiempo de equipos. Si hay algo que ha demostrado este virus es la interdependencia entre los humanos. Y el primer cambio tal vez sea reconocer la comunidad de origen que nos hermana. Asumido esto, podremos avanzar en una respuesta que vaya más allá de las medidas sanitarias o económicas. Y esa respuesta, casi aritmética también, es: a mayor crisis, más ética. 


La experiencia nos indica algunos datos que reclaman el protagonismo de la ética: inesperada, injusta y desigual. No tuvimos tiempo para prepararnos y su impacto es mayor en los sectores más desfavorecidos. En ese caso, la ética de la responsabilidad para con el prójimo, emerge como la mejor respuesta posible. Porque la ética no sólo cuenta, sino que también suma. 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo