La declaración de los países del Mercosur que establece que adoptarán "todas las medidas susceptibles de ser reglamentadas para impedir el ingreso a sus puertos de los buques que enarbolen la bandera ilegal de las Islas Malvinas y de aquellas embarcaciones que hayan sido rechazadas por ese motivo en algún puerto de la región", como también que "evitarán solicitar el ingreso a otros puertos de los demás Estados parte del Mercosur y Estados asociados mientras sean portadoras de dicha bandera", es trascendente.

El apoyo del bloque regional económico y político es por demás significativo y oportuno, frente a los nuevos embates del Reino Unido para sostener su indefendible posición usurpadora del archipiélago, y la negativa a dialogar con la Argentina sobre la soberanía que nos pertenece y reconocida por el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. Además por las veladas amenazas militares de Londres de fortificar los territorios usurpados del Atlántico Sur, incluyendo un submarino atómico que -aunque este último fue desmentido oficialmente-, es parte de la campaña británica para mantener bajo su dominio a las islas. El Foreign Office no demoró en plantear su malestar por la medida del Mercosur y en particular del Gobierno uruguayo ya que los puertos del vecino país son estratégicos para mantener el abastecimiento isleño.

Más allá de las distintas perspectivas geopolíticas que los británicos y kelpers muestran en relación al eterno conflicto, lo concreto es que cuando Argentina expone con firmeza su justicia en el reclamo soberano que legítimamente le corresponde sobre el archipiélago argentino, el Reino Unido le da carácter tremendista y fatalista, pero con una característica constante de su añeja diplomacia que nunca está dispuesta al diálogo.

El primer ministro conservador David Cameron, lejos de mostrar actitudes diplomáticas irreductibles debería reflexionar sobre una nota periodística de un diario londinense que le sugiere negociar con Argentina sobre la soberanía y el futuro de las Malvinas, porque el Reino Unido ya no tiene margen para discutir una salida honrosa del problema si no replantea su absurda posición frente a los kelpers, es decir aferrarse a la usurpación con la figura de la autodeterminación de los pueblos. En este caso no hay nativos: todos son británicos.