La expresión pertenece al escritor y político inglés Joseph Addison (1672-1719). De esta forma, el ensayista definía a las amistades cimentadas en el egoísmo y apetencias desmedidas. No hay altruismo en este tipo de amistades. Por el contrario, las une el interés y provecho que pueden obtener en beneficio propio. ¿Quién de nosotros no ha conocido estas sociedades del mal? 


Nacen y crecen al amparo de vicios propios y ajenos. Se buscan y asocian entre sí para la defensa de intereses personales reñidos con la ética. Verdaderas confederaciones del vicio. Aristóteles resume la idea de las sociedades del mal con una frase inolvidable: "El semejante busca su semejante; el grajo busca a los grajos" (Moral a Nicómaco. libro octavo, capítulo primero).


Las raíces del mal moral
Según el filósofo alemán Hildebrand (1889-1977), la médula del mal moral está en la vanagloria y la codicia ("Ética Cristiana" ed Herder, Barcelona, 1962) Ambas explicarían esta errada opción por el mal. La vanagloria, hija predilecta de la vanidad, no es otra cosa que el apetito desordenado de la propia alabanza. Quien actúa movido por ella sólo busca fama sin verdaderos méritos y sin ordenarla a su verdadero fin. De la vanagloria surgen como vicios propios, la jactancia, el afán desmedido de reconocimiento, la falsedad, las disputas y la envidia. No es de extrañar entonces, que las mayores enemistades surjan de estas sociedades del mal. 


La codicia, por su parte, expresión de la avaricia, agrega el deseo excesivo por la riqueza, el status y el poder. Ambos vicios los expone y vuelve vulnerables. Su avidez desmedida sumada a la vanagloria los lleva a exhibir cierta impunidad moral. Pero la verdad siempre emerge. No hay maquillaje que la oculte por siempre. Sin contar que la conciencia es testigo no muy silenciosa, por cierto, del mal que hacemos. Y ella, es implacable en sus juicios y reproches.


Por caminos de misericordia

¿Qué hacer ante ellas? Están presentes en la cercanía de nuestra vida y también en la esfera pública. Algunos optan por hacer suya la moraleja del cuento tradicional africano: la rana y la culebra nunca juegan juntas. Y así, como en una especie de lucha por la supervivencia moral, la rana se aleja del veneno de la serpiente. Asumen que nunca fueron buenas las sociedades del gato y el ratón. Otros en cambio, prefieren ser como la casa a la vera del camino por donde pase la raza de los hombres, citando el poema de Walter Foss (1855-1911).


Personalmente, siempre me han dolido estas personas. No por el mal que hacen sino por el bien que desconocen o niegan. Hay algo de oscuridad y carencia en ellas. No olvidemos que la maldad indica ausencia de bien. Llamado a la existencia por el don de la vida, el "ser" humano nunca podrá ser feliz con el "no ser". Más que aversión o rechazo, tal vez debiera inclinarnos hacia ellos, un sentimiento de piedad. Es cierto que debemos ser precavidos ante estas personas, pero sin caer en prejuicios ni escepticismos. No somos dueños de la verdad, ni jueces morales de nadie. El otro, siempre será mi hermano. Y aún en medio de la oscuridad de su vida, puede ver los destellos de la luz. Todos alguna vez hemos sido el Zaqueo del Evangelio de Lucas (19,1-10) 


La fuerza del bien
Pero las cosas por su nombre. Optar por el mal es una rebelión contra uno mismo de la que no salimos indemne. Frente al bien, el mal siempre pierde. Un momento de libertad virtuosa vale mucho más que toda una eternidad en la esclavitud del mal. El bien como realidad perfecta y perfectiva de otro, es luz y fuente de felicidad. La mejor metáfora a la que puedo apelar cuando hablo del bien, es la del imán que atrae hacia sí con su oferta de plenitud. Tendemos hacia el bien, como saeta que busca su centro. Por eso el bien siempre gana la batalla, aunque el camino sea más largo y difícil. El mal es un atajo que no lleva a buen puerto. Sin olvidar que la luz resplandece con más fuerza en la oscuridad. Mientras más oscuro está el jardín, más brillan las luciérnagas.

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo