Uno de la multitud le dijo a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez entre vosotros?". Después les dijo: "Cuidaos de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. Después pensó: ‘Demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’.Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,13-21).

Un hombre rico ha tenido una cosecha abundante. La pregunta es: "¿Qué voy a hacer?" la respuesta es la de demoler los graneros para edificar otros más grandes. Con cuidado construir para después tirarlos abajo, y así sucesivamente. El interrogante que se añade es: ¿hasta cuándo? El apetito desmedido por el tener le lleva a que no sepa qué hacer. En esta breve parábola Jesús retoma el antiguo tema de la inutilidad de la acumulación de bienes. La Biblia y la filosofía expresan la radical desconfianza de alcanzar la felicidad gracias a las riquezas. Ya los griegos, desde Platón y Aristóteles hasta el historiador romano Dion Casio, vituperaban la avaricia o la codicia como un exceso fatal que descentraba al hombre de su equilibrio, de la verdadera virtud y lo hacía, además, ponerse inevitablemente en pugna con sus hermanos. Basta leer la divertida comedia de Aristófanes, "Pluto", del 408 antes de Cristo, referida a Pluto, el dios ciego de la riqueza, para ver lo que pensaba el griego común de la ambición desmedida de bienes y la capacidad de perversión de las riquezas. El término griego para indicar la avaricia es "pleonexia". Deriva de "pleon"y de "echein": significa propiamente "tener de más" o "querer de más". No designa sólo el deseo de querer más bienes materiales, sino incluso querer tener más poder, que se desencadena en presunción o arrogancia. Los filósofos griegos despreciaban a una persona que se dejaba dominar por la "pleonexia". Para Platón, la avaricia es "la causa de la degeneración de la especie humana, y la desintegración de la sociedad". Por eso es que la corrupción debilita a cualquier comunidad.

Jesús retoma el tema, pero le da un sentido positivo. Nos recuerda que la vida del hombre es frágil, y que la seguridad basada en los bienes inconsistentes, no puede permitir de huir de la muerte. Una enfermedad imprevista o un incidente no pensado, y todo se hace humo. Llama la atención que el hombre de la parábola es rico pero está solo. No hay nadie a su alrededor. No hay nadie en su casa, ninguno en su corazón, no hay un rostro a quien contemplar, ni un amigo en quien confiar y con quien compartir. La riqueza le ha creado un desierto de relaciones auténticas. Un hombre rico en el centro de un desierto. Lleno pero vacío. Solo y no feliz, ya que la felicidad nunca puede ser solitaria ni dejar de ser solidaria. Las cosas dominan su futuro y su vida gira alrededor de ellas. En efecto: "Insensato, esta misma noche vas a morir". El rico es calificado como "necio": en griego "áphrn", y en hebreo "nabal". Este epíteto es la única vez que aparece en el Nuevo Testamento, pero en el Antiguo Testamento lo emplea ocasionalmente para indicar a alguien en cuya vida no hay lugar para Dios: "El necio (áphrn) dice en su corazón: "No existe Dios" (Salmo 14,1). Lo del rico de la parábola es un claro ateísmo práctico, aunque se proclamara creyente. Por eso hay tanta gente que dice: "Entre la ética y de dinero, lo segundo es lo primero". El escritor estadounidense Zig Ziglar indicaba que: "Hasta que no seas feliz con lo que eres, no serás nunca feliz con lo que tienes". Se complementa con la afirmación del filósofo danés Soren Kierkegaard: "la felicidad se encuentra en una hermosa sala en la que todos desean entrar. Quieren abrir la puerta empujando hacia adentro, para sí mismos, pero cuánto más la quieren abrir así, más la obstruyen ya que la puerta se abre hacia fuera, hacia los otros". Para el gran Pitágoras si se quiere ser feliz y sabio, hay que aprender a "medir los deseos, pesar las opiniones y contar las palabras". Pero el primer escalón es "medir los deseos". Cuánta razón encierran las palabras del escritor catalán Eduardo Marquina (1879-1946): "Oro, poder y riqueza, muriendo has de abandonar, que al cielo sólo te llevas lo que des a los demás".

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández