Alejandro Magno y Eróstrato.


Un 21 de julio del año 356 aC nacía en Grecia Alejandro III de Macedonia, conocido como Alejandro Magno. El apodo es un reconocimiento a sus cualidades como estratega militar y habilidades para divulgar la cultura griega. El mismo día, pero en Asia Menor (Éfeso), un ignoto ciudadano llamado Eróstrato incendiaba el templo de Artemisa, considerado por entonces, una de las siete maravillas del mundo. Y lo hacía solamente por alcanzar notoriedad. ¿Cuál es el hilo conductor que une ambos episodios, se preguntará nuestro lector? Pues bien, no coincidieron sólo en una fecha. Ambos, además tenían ambición y lograron fama.


 NO TODO DA IGUAL

Bajo la influencia e impulso del primero, se da inicio a la era del mundo helenístico, con su invaluable legado a la filosofía, al arte y a la cultura. El segundo, Eróstrato, puso nombre a la tendencia a realizar actos malos con el único afán de conseguir fama: el "erostratismo". Es cierto que los dos alcanzaron notoriedad, sin embargo, éticamente, son distintos. No sólo en cuestión de grados sino también de relación medio - fines. Para Alejandro Magno, la notoriedad fue consecuencia de sus actos, no su causa. Para Eróstrato, la fama era un fin en sí mismo. Una especie de llamador que desencadenaba las más temibles acciones, como lo fue incendiar el templo de la diosa de la fertilidad.


Ciertamente que, desde la mirada ética, no todo da igual. De ninguna manera cuestiono la legitimidad de una ambición "medida" en pos de lograr las metas personales trazadas. La ambición, en ese sentido, es un motor impulsor de proyectos que nos lanza a la acción. Hago un punto aquí para volver a la filosofía griega a la que tanto ayudó a difundir Alejandro III. Un tema clave en el tratado de las virtudes que nos legara Aristóteles, es el concepto de equilibrio o justo medio. Porque la virtud básicamente es ese punto de equilibrio entre el exceso y la falta. Ni de más ni de menos. Recuerdo una vieja y reiterada disputa con un amigo sobre las carencias del pusilánime. Nunca será una virtud la falta de valor para emprender acciones o enfrentarse a dificultades. Pero tampoco es virtuoso el excesivo y temerario arrojo que no mide las consecuencias de sus decisiones. En el pusilánime falta osadía, en el segundo sobreabunda la imprudencia y la soberbia. La virtud, definitivamente, no está en los extremos. La ambición entonces, cuando es moderada por la templanza, ordenada a fines buenos y apoyada en valores, puede ser altamente positiva. Pero cuando se desmadra se convierte en un deseo inmoderado de gloria. Nada pareciera saciar esa sed.


 ACERCANDO EL ESPEJO

Más de una vez, la vida nos pone frente a personas con ambiciones desmedidas que legitiman cualquier medio para conseguir la meta anhelada. A veces las dejamos pasar para evitar eventuales conflictos. A veces no la vemos venir y tarde descubrimos su ardid. Cuando digo tarde, no es porque ya esté consumado el mal que ha planeado. Es tarde, porque ya entró en el mundo de nuestros afectos. Siempre me he hecho la misma pregunta, ¿qué hacer? Y siempre he encontrado la misma respuesta. Cuando veo a una persona, lo primero que veo es una persona, Pero esto nunca será un llamado a la ingenuidad que suele tener aroma a cobardía. En muchas ocasiones, el callar roza con la complicidad. Necesitan un espejo para que adviertan el emulador de Eróstrato en el que se están convirtiendo. Tal vez nuestra tarea sea esa: acercarles el espejo.

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo