Hace unos días, Ricardo Olivera, publicaba un interesante artículo planteando el descontento global con la democracia entre los jóvenes. Esa columna hace referencia a los datos de un estudio llamado Juventud y Satisfacción con la Democracia, elaborado por la Universidad de Cambridge (Inglaterra), sobre preguntas realizadas en 160 países y 4.8 millones de consultados. Este fenómeno sucede especialmente, según el estudio, en Europa occidental, las democracias anglosajonas, América latina y el África subsahariana.


Esta decepción de los jóvenes con los sistemas democráticos debe alertarnos, pues como bien dice Olivera, la democracia es "el único sistema que garantiza la libertad individual y que iguala a las personas a un voto por cabeza". No en vano, desde Atenas, cuna de la democracia, hasta el día de hoy se ha identificado a la democracia con el gobierno de la libertad. 


Ahora bien, debe quedarnos claro que esta decepción no es un tema simplemente generacional. Según el estudio de Cambridge las generaciones más jóvenes son las que están más descontentas con la democracia, no sólo en términos absolutos, sino también en comparación con las generaciones anteriores en el mismo momento de sus vidas. Es un signo de estos tiempos. Nuestros millenials (los nacidos entre 1981 y 1996), son acaso víctimas de la pérdida del valor de las utopías, del aburguesamiento de la ética reducida a moral de bolsillo y de la falta de renovados liderazgos.


Sin embargo, hay un dato alentador que surge del estudio y que nos da cierta esperanza. La evidencia de los países donde se realizó el cuestionario demuestra que, a menor nivel de corrupción de los gobiernos democráticos, mayor confianza de los jóvenes en las democracias. Lo que bien podríamos llamar el Teorema de la Democracia, parafraseando a un gran demócrata recientemente fallecido, el senador radical Raúl Baglini (Teorema de Baglini). Teorema de la Democracia que podemos formular con el siguiente enunciado: el nivel de desencanto de los jóvenes con la democracia es directamente proporcional al nivel de corrupción de los gobiernos democráticos.


La democracia como empresa moral: De aquí podemos deducir algunas conclusiones positivas: 1- la decepción de los jóvenes es con el funcionamiento de los regímenes democráticos, no con los principios y valores democráticos; 2- los jóvenes perciben con claridad, aunque a veces no sepan canalizarlo, que la democracia es ante todo una empresa moral. Bien decía Juan Pablo II que la democracia es "una prueba continua de la capacidad de un pueblo de gobernarse a sí mismo, para servir al bien común y al bien de cada ciudadano" 3- la cuestión ética sigue siendo insoslayable.


Esto me lleva a las siguientes consideraciones. Esta tolerancia cero de los jóvenes con la corrupción, debería ser el punto de partida para impulsar, en esta franja etaria, mayor conciencia política y formación de nuevos liderazgos éticos. Líderes menos caudillescos y más democráticos, con capacidad para convencer y no imponer. Jóvenes líderes preparados para poner en la agenda pública la discusión de la ética, capaces de hacerse la pregunta correcta como dice el memorable discurso de Martin Luther King. "La cobardía hace la pregunta: ¿es seguro? La conveniencia hace la pregunta: ¿es política? La vanidad hace la pregunta: ¿es popular? Pero la conciencia hace la pregunta: ¿es correcto? y llega un momento en que uno debe tomar una posición que no es ni segura, ni política, ni popular. Pero uno debe tomarla porque es la correcta". 


Al fin y al cabo, son estos jóvenes que atestiguan la lógica del teorema de la democracia, quienes tendrán que encontrar la salida.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo