La frase es de Paul Simon y pertenece a la canción "Los sonidos del silencio", que en la década de los 60 popularizara el dúo Simon & Garfunkel. Cada vez que la escucho, le doy una interpretación distinta. Así de libre es el espíritu humano. Pero esta vez no quiero navegar en soledad por los acordes de la inspiradora canción. Interpretar es desentrañar el sentido y alcance de un texto. Darles significado a las palabras en una perspectiva histórica y actual. Y ello supone siempre un contexto y una comunidad. Es verdad que no todo lo que pensamos o sentimos lo ponemos en palabras. Ni todo lo que se dice con palabras agota la riqueza de nuestro espíritu. Pero cuando la palabra mental se comunica a otros, adquiere un nuevo sentido: el de la comunidad que la acoge. Con ese objetivo, comparto con los lectores estas líneas. 

NUESTROS DIOSES DE NEÓN
Volvamos a la frase de Paul Simon. Y lo hacemos recordando que la palabra profeta es un término latino empleado para nombrar a quien puede anticipar acontecimientos futuros (profecías), gracias a una capacidad sobrenatural. Pero en la canción el término es utilizado para contrastarlo con los falsos dioses que fabricamos: "Se arrodillaban a rezar//Aquella luz era su dios//Yo les grité que despertaran//Que la verdad allí no estaba//Que los profetas no son luces de neón". 

Deificamos personas, cosas, relatos y nos arrollidamos ante ellos con increíble devoción. Verdaderas luces de neón como el gas incoloro e inerte que proporciona un color rojizo a la luz de las lámparas fluorescentes. Así de artificiales, brillantes y efímeros son. La consecuencia tarde o temprano emerge y casi siempre vestida con ropaje de falsía y decepción. Como dos caras de una misma moneda.

UN DESEO IRREFRENABLE
Pero como todo en la vida es aprendizaje, el culto a estos falsos dioses también nos dejan algunas enseñanzas. Los dioses que inventamos, aún con sus pies de barro confirman que el deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre. No decimos con esto que tengamos una idea innata de Dios. Sino que llevamos innata en nosotros la capacidad para conocerle por medio de sus obras. De allí la inquietud de la que hablaba San Agustín "Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Las Confesiones, i, 1, 1) Dioses ante cuyo altar nos arrollidamos, tal como se escucha en la canción del dúo estadounidense.

He aquí otra enseñanza: la persona en un ser naturalmente religioso. Religión que no debemos reducir a un conjunto de dogmas. En su sentido más profundo y originario, religión (de religar, volver a unir), es el vínculo que libremente entablamos con Dios, basado en la confianza que nos da la fe. El gesto que mejor refleja ese vínculo se da cuando nos arrodillamos, como signo de reconocimiento y gratitud. Pero no son las rodillas las que se postran. Es el alma misma la que cae de rodillas cuando siente el llamado de Dios.

DESPERTAR
No quiero dejar de señalar el pedido que hace el autor a sus hermanos perdidos en la oscuridad: "Yo les grité que despertaran". Y despertar aquí debe entenderse en el sentido de lograr que alguien se percate del engaño en que está y tome conciencia de la realidad. Nuestros dioses fabricados tienen los pies de barro y eso los vuelve vulnerables y fugaces. Despertar, es profundizar ese camino de búsqueda que nos dejará ante el umbral de la fe. Cruzar ese umbral es una decisión libre. El llamado de Dios mueve nuestra voluntad, pero nunca la empuja cual objeto inerte. La gracia de Dios no es irresistible. Por eso la fe nunca será doblez sino la máxima expresión de libertad interior.

Claro que podemos decidir continuar con nuestros dioses de neón. Pero ¿por qué conformarnos con dioses efímeros cuándo podemos rozar el cielo como águilas?

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo