Hay opciones y acceso a más cosas que en cualquier época, desde alimentos y automóviles a teléfonos inteligentes e información. Pero ni la abundancia nos hace más felices ni la mayor cantidad de información nos hace más equilibrados, sociales y democráticos.



Al contrario. La saturación informativa a la que estamos expuestos, ya sea por lo que consumimos en los medios o lo que compartimos en las redes sociales, nos hace menos moderados y tolerantes; más polarizados. La polarización no es nueva, pero sí más aguda que antes. Los medios reflejan visiones antagónicas, celebridades contra políticos, funcionarios contra activistas y periodistas contra todos, y el público toma partido, se divide. El fenómeno se vivió en las calles de Brasilia. Miles, ataviados de verde y amarillo, festejaban que Lula da Silvia terminó en la cárcel por corrupto; e igual cantidad, enfundados en rojo, vitoreaban al líder que rescató a millones de la pobreza.

En EEUU el efecto polarizador es cada vez más acentuado. Se apodera de cualquier debate, desde el racismo a la portación de armas, o desde los beneficios o no de la vacunación a si el calentamiento global es o no consecuencia de la contaminación. Los líderes de opinión no ayudan a calmar las aguas. El presidente Donald Trump más bien las agita. Sus discursos, promesas y tuits no dejan opción más que a plegarse o a rebelarse.


Los psicólogos sociales explican que la tendencia del ser humano siempre fue a agruparse entre quienes opinan y comparten sentimientos similares. De ahí la virtud de Facebook y de otras redes sociales en la creación de comunidades. El problema es que no siempre las comunidades actúan en forma virtuosa, degenerando en muchedumbres o masas fáciles de manipular, en especial cuando están expuestas a fuerzas encubiertas como las que usó Cambridge Analityca para influenciar a millones de usuarios para que voten a un candidato sobre otro.


La estrategia de Mark Zuckerberg para resguardar los datos personales es una medida excelente, pero solo recompone el tema de la privacidad de los usuarios. Su otra maniobra, la de cambiar los algoritmos de Facebook para que la gente pueda tener mejores vínculos con familiares, amigos y conocidos y, así, crear comunidades más fuertes, es un tanto preocupante. Comunidades más compactas y focalizadas en sus intereses, pueden derivar en mayor polarización.


Los medios de comunicación también tienen responsabilidad al hacerse eco e incentivar con exageración las posiciones antagónicas. A ello se suman los consultores de la imagen y el discurso, que con los mismos utensilios propagandísticos de Goebbels, juegan con las emociones de la polarización, machacando con mentiras y noticias falsas hasta convertirlas en verdades.


Es positivo que la lucha actual de los gobiernos, el periodismo y los gurús del mundo digital esté enfocada en controlar las noticias falsas para que haya elecciones limpias y mayor confianza pública. Pero no es suficiente. Si se quiere resguardar la democracia, la polarización debe ser el problema prioritario a resolver.