" Cuando el artista sube al proscenio, una pequeña porción de su alma le sustenta el orgullo; otra es el puro goce de una pasión, el resto una entrega...''


Esto que escribo me lo ha sugerido gente amable que comparte la fantasía de la palabra que se propone alada y la canción con pretensiones de ser bálsamo. No obstante los momentos que el país y el mundo viven, el lirismo no debe detenerse. 


Hoy sé cuántos recuerdos tengo. No sé cuántos tendré mañana cuando los días me encuentren en este valle de soles, vides y gorriones componiendo con los míos la vida que me tocó como don y que pude diseñar a mi modo y al que los sentimientos y las circunstancias me lo permitieron.


Sé que tuve la dicha de elegir varios caminos, entre otros el del Derecho y poder ejercerlo desde mi humilde trinchera de hombre con gran vocación de él. Que tuve varias pasiones y les dediqué el amor que pude. Que el arte (ese regalo recibido desde el primer día de luz) morigeró maravillosamente la dureza de la lucha por el sagrado valor de la Justicia, para mí el más importante: no hay igualdad sin justicia, no hay libertad sin justicia, no hay lealtad sin justicia, no hay amor sin justicia. 


Cuando tomo una guitarra (esa contraseña hacia el arte elegido), como quien recoge un niño de la calle, alza una gamela de ilusiones o abraza a una muchacha que ama, me interno en un territorio donde el amor- es más fuerte que la muerte, donde al alma se erige en bandera, donde las manos paren jilgueros duendes que son capaces de interpretarnos el cielo escondido y las lágrimas. Cuando pronuncio la primera sílaba de una canción, la dureza de la calle se convierte en piropo y toma de rehén al escenario para entregarlo manso al pecho de la gente; y cuando transito el rojo manantial de su poesía tengo la sensación de que la niña que está tomada de la mano que ama está compartiendo mi simple entrega, porque cantar es conceder a la gente algo desinteresado. Cuando me interno en el sueño triunfal de una canción que he podido componer, sé bien que me estoy entregando de cuerpo y alma.


Gracias eternas por la posibilidad de todo eso. Escribir y cantar no tienen precio y el disfrute que proporcionan no tiene comparación con nada. Cuando el artista sube al proscenio, una pequeña porción de su alma le sustenta el orgullo; otra es el puro goce de una pasión, el resto una entrega.


Los 21 de marzo en San Juan la vida cumple una promesa, la de hacernos probar la dulzura en lluvias doradas que se convocan al luto del verano en arboledas que dejan caer gorriones de bronce. Sé cuantos recuerdos tengo hoy; no sé cuántos latidos me entregará el pecho cuando entone ante la gente la canción que humildemente pude darles para sonreír o morir sólo de amor, para identificarse con la gleba, los callejones ocre y las penúltimas rosas. Por todo eso y algún poquito más, creo que sé cómo me encuentra la vida y -como dice la canción que logré en este sitio en que me realicé como carne y espíritu- podré: "... salir, correr, silbar el viento, extraviar el pulso en el informal desafío de los pájaros, caer cara al cielo, piel al cielo y morir una y mil veces este otoño en San Juan''. 

Por Dr. Raúl De La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.