Es una imagen que vuelve cada tanto a mi mente. Se trata de un dibujo de dos barcos que navegan a la par. Uno de ellos semi vacío, impide que suba más gente a bordo mientras iza una bandera que dice "No hay lugar". El otro, del mismo tamaño, va recogiendo la gente mientras iza una bandera que dice "Todos o ninguno". No es un dibujo real. Es una construcción mental que me permite graficar actitudes diferentes frente a un mismo hecho. ¿Cómo nos posicionamos frente a quienes piensan diferente o vislumbramos distintos? 


En ese sentido y volviendo a la imagen del principio, considero que juzgar, menospreciar o excluir a quien percibo diferente, es impedir a alguien que suba al barco semi vacío. Ello representa una actitud de intolerancia profundamente violenta.


¿Qué es sino violencia moral imposibilitar que una persona goce de las condiciones y bienes de una vida acorde a su dignidad, sólo porque es distinta? ¿Qué es sino violencia moral repudiar o agraviar a quien tienen ideas diferentes a las nuestras?


Pero quiero detenerme en otro fenómeno que muestra una violencia creciente en nuestro país: la grieta social. Grieta que es consecuencia de esa actitud de rechazo hacia el otro. Y como toda fisura, la grieta separa y expresa, además, una división maniquea de la sociedad. Sin dejar de lado que es fuente de innumerables gestos de violencia. 


Porque también es violencia ubicarse en un lado de la grieta descalificando al otro, cuando en definitiva son como lados opuestos de una misma figura (realidad). Nunca más oportunas las enseñanzas de la geometría: los lados opuestos de un paralelogramo son iguales.


Indudablemente, la grieta social es una forma de violencia que va aumentando en forma cíclica como encerrada en un espiral, del que resulta difícil salir. Ese contexto de agresión permanente entre ambos lados de la grieta, conspira con la necesidad de generar consensos para enfrentar situaciones críticas. Las crisis requieren un clima de amistad social y empatía para visualizar "juntos"la salida.


En ese sentido, la pandemia ocasionada por el Covid-19 es una situación crítica que requiere pacificar los ánimos y pensar en soluciones lo más consensuadamente posible. Al delicado tema epidemiológico actual, agregarle discursos confrontativos, gestos de desdén o cancelatorios del otro, obstaculizan cualquier posibilidad de acuerdo. No es momento para dejar en la intemperie de la intolerancia a nadie. En este barco tiene que haber lugar para todos. 


Efectivamente, sí quien está sentado en la mesa del diálogo advierte gestos o palabras descalificadoras y agresivas, sospechará de la verdadera voluntad de dialogar en el otro. Por otra parte, la pandemia es un problema que nos afecta a todos y entre todos debemos buscar los mejores medios para enfrentarla. Nadie puede quedar excluido del diálogo.


Además de la confianza y la inclusión de todos, es necesario que existan facilitadores del diálogo. Personas que ejerzan un liderazgo ético que puedan ayudar en este camino de descubrir aquello que nos hace similares, respetando lo que nos hace diferentes. Debemos aclarar aquí que no todo el que gestiona es líder y no todo liderazgo, lamentablemente, es ético. Liderazgo ético implica la capacidad de tomar decisiones siendo fieles a los propios principios morales. Este es el pilar del liderazgo: la coherencia moral entre lo que decimos, decidimos y hacemos. Liderazgos con vocación de servicio que procuren el bien de todos y no sólo de algunos, generalmente parados en el mismo lugar de la grieta. Líderes que marquen el rumbo del barco, donde la bandera en lo alto del mástil diga "Todos o ninguno".


Importancia del diálogo

El diálogo es un proceso comunicacional donde las partes debaten y buscan puntos de acuerdos en forma colaborativa. Para que este proceso sea eficaz debe: generar confianza, incluir a todos y contar con facilitadores del diálogo.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo