Los perros son una compañía fiel y permanente, hasta pueden considerarse un signo vital en nuestra existencia, pero abandonados en la ciudad, en puntos convergentes, ocasionan más de un problema no sólo por el arrebato fugaz de una bolsa con deshechos para la subsistencia sino porque pueden atacar a transeúntes desprevenidos.

Una política ambiental debe apuntar a ubicar a estos custodios de las calles citadinas en sitios apropiados, donde lleven una vida mejor o realizar permanentes campañas de esterilización para evitar su cruel exterminio o un final trágico. Por la permanente presencia de niños y adultos mayores, el microcentro no puede albergar a tantos canes que deambulan a veces pacíficamente, pero también como jauría desenfrenada de acuerdo con la estacionalidad y la época más propicia del año para que se propaguen y pululen como seres sin destino.

Los numerosos accidentes y el pánico que producen en ciertos habitantes, nos hacen repensar en una estrategia de equilibrio ecológico para lograr que todos los sectores estén conformes con las medidas definitivas.

Lo cierto es que la pasividad y la falta de ideas concretas frente a este problema creciente en las áreas urbanas de la provincia y en particular en nuestra ciudad, deben revertirse para solucionar un problema que por rutinario pasa a veces inadvertido, salvo para el que sufre las consecuencias.

La ciudad debe aprender a convivir con los perros y los animales tienen que lograr por derecho propio un lugar adecuado.

Esta prevención ayuda pero la acción directa conjunta, rápida, de quienes tienen las decisiones no debe hacerse esperar porque mientras la ciudad crece, los perros abundan y entorpecen o dificultan la sana convivencia.