"El bendito amor al deporte nos imponía estirar al máximo el anochecer... mientras la de cuero y tientos del 'Negro' Cano se volvía fantasma de luna llena...".

La última sombra ya se coló en la canchita. Mi madre pega el grito desde enfrente y nos hace su conocido gesto de amenaza si no volvemos rápido a casa. Veo en el viento primaveral su vestidito humilde y su entereza. La cosa era así entonces: los muchachos no andábamos por la calle a cualquier hora y sin conocimiento de nuestra madre, jefa del hogar en los hechos. No era cuestión de seguridad, porque la calle no era peligrosa ni con los riesgos de hoy; era el orden familiar, cenar temprano y luego escuchar junto a la cama de nuestros padres el radioteatro de Alberto Vallejos y el Glostora Tango Club, con el maestro de Alfredo de Ángelis y sus enormes cantores Carlos Dante y Lalo Martel. 


Mi padre recién llegaba de su trabajo de empleado público, destruido de papeles y monotonía y se desplomaba en el silloncito humilde como a mirar el infinito; en realidad creo que escrutando un futuro para sus hijos. ¿Hay algo más importante en nuestra misión como padres? 


El bendito amor al deporte nos imponía estirar al máximo el anochecer, sobre todo esta vez porque perdíamos el partido uno a cero, mientras la de cuero y tientos del "Negro" Cano se volvía fantasma de luna llena en los escondrijos de las sombras. Y el "Negro" decidía llevársela y terminar ganando; al fin y al cabo era de él, humildísimo lustrador de muebles que vivía en una casillita de un solo ambiente, detrás de la casa de gente adinerada que le permitía el refugio.


El Enrique Ferres (que hoy disfruta el orgullo de ser el padre de bandoneonísta de "Bajo Fondo")  se va enojado a su casa, pateando un tarro; Hugo le dice al "Negro": "Siempre hacés lo mismo"... y no más que eso porque al otro día hay que seguir dependiendo de él. 


Hasta hace unos años estaba sobre la calle Las Mercedes el escalón de la entrada auxiliar de mi casa, por donde mi madre nos amenazaba al crepúsculo. La crueldad del progreso se llevó al infierno de las cosas derogadas ese peldaño al cielo donde soñamos el primer amor y canturreamos las canciones de moda; donde se juntaba la barrita del lugar a proyectar travesuras y donde una vez lloré dos horas seguidas por una injusticia. 


Hoy vivo cerca de ese sitio y cuando paso veo nítido todo lo que era, aunque nada ha quedado en pie. Nadie me puede borrar de los pliegues del alma lo que fue mío. De eso estamos hechos. 


Rueda por la canchita regada de sombras la pelota de tientos del "Negro", que eternamente se retira cuando va ganando; es su desquite a la vida que lo largó huérfano al mundo. Por el espíritu de la calle Las Mercedes, un brote del carnaval se descuelga tras de un árbol en el disparo de una bombita enorme que ha lanzado el brazo infinito de alguno de mis amigos. Yo sé que mis padres andan por esas nostalgias y que he perdido el deleite de demorarme en la canchita, porque hoy lloro por regresar a casa.