Muchas personas, hoy en día, piensan que uno puede hacer lo que quiere, sin ningún límite. Desde luego, esta visión es totalmente irresponsable, pues todos hemos de ser consecuentes con nuestros actos. Ciertamente, se nos exige tesón y sacrificio, perseverancia y fortaleza, pero también calma y moderación, en un mundo cada día más enfrentado.


Poner en orden nuestras diversas atmósferas no es fácil, sobre todo en un momento verdaderamente mediocre, en el que faltan personas con mayor capacidad de liderazgo, rectitud y generosa entrega. Por ello, a mi juicio, la ciudadanía asociada ha de comprometerse mucho más con los gobiernos, algunos muy corruptos a los que hay que regenerar, para sacar adelante prioridades que no pueden esperar por más tiempo. La cooperación es fundamental para mejorar existencias en un orbe cada vez más complejo. Esta es la cuestión. No podemos concebir que otros hagan el trabajo por nosotros. Sea como fuere, cada cual tiene que aportar, con valentía, ese espíritu armónico esencial para experimentar los verdaderos cambios. De un modo u otro, ya lo afirmaba en su época el inolvidable filósofo griego Aristóteles (384aC-322aC) a través de este pensamiento: "La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía''. Sin duda, lo que soy es resultado de lo que doy. Tengámoslo siempre presente en nuestro caminar.

Aristóteles (384aC-322aC) dijo que
"La excelencia moral es resultado del hábito''.

De ahí la importancia de cuestionarse perennemente y de hacerlo con coraje, de repensar sobre nuestras acciones, de interrogarse a diario para poder rectificar si es necesario. Todos tenemos el mismo derecho de experimentar sobre el camino vivido y sobre aquel que nos resta por vivir, pero también las mismas obligaciones de no perjudicar a nadie; de actuar con sensatez promoviendo nuestras capacidades individuales, sin obviar el respeto que todos nos merecemos hacia sí y nuestros análogos, cuestión que hemos de globalizarla en ese avance permanente como linaje. Respetar es tan justo como el pan de cada día y tan inevitable como el aire que respiramos, lo que implica amparo y consideración de todos hacia todos.


Nuestro planeta está inundado de pasividad, de dejar hacer sin impedir lo que es nefasto para la vida. Y esto no es de recibo. Lo propio es que aprendamos a dar lo mejor de uno mismo. Activemos la creatividad humana.


Los talentos individuales no son suficientes. Desde luego, se requiere que todos nos pongamos en juego, con entusiasmo y sin miedo, para levantar esta asfixia que nos circunda y atrapa.


Nos hace falta, pues, evolucionar más que revolucionar, activar el bien colectivo y reactivar las relaciones que han de regirnos, que no es otro que el abecedario de la moral, con el que hemos de corregirnos unos a otros de nuestros errores.