Uno de los problemas que el Estado no ha conseguido afrontar con éxito y con racionalidad, es el de la gestión sobre los bienes culturales localizados en aquellas regiones que se encuentran distantes de los centros poblados. La dispersión y la falta de valoración de los mismos hacen que ese capital cultural se encuentre, en muchos casos, en manos del vandalismo, en situación de abandono y consecuentemente en riesgo de desaparecer.

Esta situación afecta tanto a sitios arqueológicos, y paleontológicos sujetos a al tráfico ilegal de bienes culturales, como a aquellos bienes artísticos que son fácil botín de los vándalos por encontrarse localizados en sitios solitarios o aislados.

De este último caso nos vamos a ocupar, de la obra Cabeza del Indio del artista argentino Luis Perlotti localizada en las alturas de la Quebrada del Zonda, notable escultura que días atrás fuera noticia debido al cobarde ataque de que fue víctima, ya que una artera mano de pintura en aerosol ridiculizó a esta obra del patrimonio público, destinada a recordar a los primitivos habitantes de estas tierras. Manos anónimas cometieron un daño difícil de evaluar. Como sanjuaninos hemos sido agredidos, en nuestro carácter de custodios pues a las sombras, desde su violencia -el vándalo- degradó un bien artístico que es propiedad de todos.

Para reparar el daño y ofensa, las autoridades del Municipio, con la mejor intención del mundo resolvieron intervenir y pintar la obra cubriendo el esmalte del aerosol de los agresores. Es de destacar que esto no fue un operativo simple, pues la obra se encuentra erigida en un sitio muy escarpado y de no fácil acceso. Hasta aquí lo relatado por la prensa, de modo claro y objetivo. De la nota también se infiere que la intervención de la municipalidad sobre la escultura fue correcta y que era lo que debía hacerse.

Ahora bien, últimamente estamos frente a una práctica muy difundida en los municipios que es la de pintar las esculturas que visten nuestro espacio público. Y esto se realiza por distintos motivos. En este caso, el de la Quebrada de Zonda, se acude a la pintura para cubrir el oprobio al que fuera sometida la obra. En otros, se pinta -caprichosamente – una obra de bronce, como el Laprida de la plaza homónima de nuestra capital con esmalte sintético color cobre, porque se pensó, quizás, que quedaba más "bonita".

Sin embargo el primer daño a la obra es la falta de respeto a las intenciones del autor quien seguramente, jamás pensó la obra pintada. Es muy probable que la haya soñado y creado poniendo énfasis en la textura natural del material, sea este bronce, hierro fundido o mármol. En este contexto existe otro daño más grave, que pone en riesgo la integridad de la escultura, y es la degradación a la que se somete a la pieza cuando es pintada con productos contenedores de ácidos y toluenos que degradan químicamente la superficie. Más aún, aquellas pinturas aparentemente inocentes como son los látex, con soporte acuoso, pueden deteriorar un mármol.

Esto lo hemos podido comprobar en la reciente restauración de la Escultura a Narciso Laprida de Lola Mora, en la Plaza principal de Jáchal.

Estas intervenciones cargadas de buenas intenciones se transforman, involuntariamente, en daños que atentan contra la perennidad del Bien Cultural. Bien que debería permanecer en su máxima integridad física a través de los años, para el disfrute de las próximas generaciones.

Por ello, lo recomendable en estos casos es acudir a los expertos restauradores. Restaurar una obra de arte requiere de manos expertas, formados en la especialidad. Nunca acudir al arenado, a los ácidos o removedores, nunca sobrepintar.

Señores intendentes, está en sus manos la responsabilidad de conservar con la mayor integridad posible aquello que nuestros mayores nos legaron con orgullo, porque tenemos el deber de transmitir a las próximas generaciones, de la manera más integra, estos tesoros públicos.

Por último, en el contexto de nuestra Quebrada de Zonda y parafraseando la famosa frase del gran maestro Sarmiento "Bárbaros, las ideas no se matan", podemos decir a los responsables, "Señores, las esculturas no se pintan."