Cuando una persona se presenta en Emicar para tramitar su licencia para conducir, se estudian una serie de normas de tránsito que después no son aplicadas o se las transgrede deliberadamente. Una de ellas es la velocidad máxima de circulación, tanto en las calles como en rutas. Basta pararse en una calle céntrica para observar que la mayoría de los vehículos no circulan a 40km/h, la velocidad máxima en áreas urbanas, ni a 60 km/h en las avenidas, donde existe ese tope de velocidad. Muchos no tienen en cuenta la aceleración que aplican a sus vehículos cuando el semáforo se pone en verde o cuando observan la luz amarilla y quieren pasar antes de que cambie a rojo. Son los momentos más críticos y los que ponen en peligro a peatones y demás personas que transitan por la vía pública.

Las velocidades en las rutas también superan ampliamente los límites establecidos. Sobre la avenida de Circunvalación, donde se permite circular a una máxima de 80 km/h, los vehículos superan ampliamente ese límite, especialmente en horario nocturno, lo que ha sido causal de numerosos accidentes de tránsito.

En las rutas nacionales hay que tener en cuenta que hay tramos en los que se establecen distintas velocidades. En la mayoría de los casos los límites no superan los 90 o 100 kilómetros por hora, pero es común observar que hay vehículos que los superan, entre ellos camionetas y utilitarios, que no están previstos para desarrollar a esas velocidades por su inestabilidad.

Más allá de los controles de tránsito que son necesarios, el tema de la velocidad pasa por una cuestión de conciencia que pocos asumen y que siempre se atribuye a otros, cuando en realidad es exclusivamente nuestra.