Si se puede determinar la magnitud final de un terremoto, se podría advertir a la población que será afectada.

Por Robin George Andrews
(Especial de The New York Times)

Los sismólogos jamás han comprendido tan bien a los terremotos como en la actualidad, pero una tragedia tras otra nos demuestra que los temblores siguen sorprendiéndonos y conmocionándonos por su naturaleza volátil. Todavía no se puede predecir con exactitud el momento o el lugar en los que ocurrirán, ni su grado de mortandad. No obstante, si los investigadores pudieran realizar un registro de cómo se intensifican los sismos, podrían predecir mejor cuán poderosos pueden llegar a ser.


Los sismos más poderosos están muy lejos de ser instantáneos. Pueden durar minutos, lo que hace que sean menos parecidos a una única explosión subterránea y más similares a una serie de explosiones que se proyectan hacia afuera. Un estudio reciente, publicado el 29 de mayo en Science Advances, explica que la vía de salida de estas explosiones difiere según la fuerza del sismo.


Eso significa que la magnitud final de un terremoto podría ser determinada a tan solo diez o quince segundos de haber comenzado, y mucho antes de que termine.


Una diferencia de un solo dígito en la magnitud de un terremoto significa que hay una liberación de energía 32 veces mayor. Muchos factores determinan el nivel de peligrosidad de un sismo, pero un ligero aumento en la magnitud puede marcar la diferencia entre provocar algunos daños y ser catastrófico. Si se puede determinar la magnitud final de un terremoto con antelación, podríamos advertir con mayor precisión a la población que será afectada.


Diego Melgar, un profesor adjunto de sismología en la Universidad de Oregón, explicó que esta conexión no era lo que en un principio estaban buscando él y el coautor del estudio, Gavin P. Hayes, del Servicio Geológico de Estados Unidos. Ellos habían estado reuniendo información de bases de datos relacionadas con sismos para realizar simulaciones muy precisas de los terremotos más poderosos pero en el transcurso de la investigación se toparon con algo interesante: Detectaron un momento clave en el tiempo que determina el futuro de un terremoto.


Complementando estudios previos, el equipo describió cuánto evolucionan los terremotos. Inmediatamente después de comenzar, crecen de forma caótica durante unos segundos, un pandemonio que dura mucho más en sismos prolongados. Entonces la falla se organiza a sí misma (por motivos que no son claros) en algo que parece un pulso: es una zona en forma de círculo que se mueve hacia afuera desde el origen del sismo a lo largo del tiempo.


Este círculo que pulsa indica el punto en el que la roca se fractura o se desplaza. Hay menos probabilidades de que un pulso más delgado siga creciendo hasta convertirse en un evento más grande, mientras que uno más grueso tiene mayores probabilidades de hacerlo. El equipo argumenta que, debido a estas diferencias, se pueden utilizar las dimensiones para determinar la magnitud final del sismo a media fractura.


Una limitación del nuevo modelo consiste en que asume una conducta de terremoto promedio. En realidad, "cada terremoto en particular tiene una personalidad'', dijo Melgar. La evolución de determinados terremotos podría no corresponder con los patrones esperados, provocando que la realización de cálculos de la magnitud final a la mitad de la fractura sea más difícil o, en algunos casos, más sencilla.