"En aquellos bancos, nuestros padres descansaron días de ilusiones y días feroces, momentos de amor y de nostalgias...''. 

Todos tienen esas historias comunes. La vida se ha sentado muchas veces allí, otras veces la muerte; plazas de pueblo o de ciudades, postas del día donde la gente ve pasar las crónicas cotidianas, se ve desfilar entre los otros; descubre el sabor agrio de la soledad o el aperitivo de la compañía. Aunque no se digan nada, estar entre los otros es estar de algún modo acompañados.


Suelen ser tardecitas del jubilado, que, alternativamente, se nublan y encienden de palomas mansas, migajas y aleteos. Muchas veces, el sol se les ha resbalado de sus ojos abarrotados de logros y ausencias, y lagrimea vaya uno a saber qué cosas. Una mañana vi sentada allí a aquella mujer que andaba cargada de bolsas de plástico y hablaba sola. No olvidaré jamás esa imagen terrible de un ser deshumanizado y con tanta soledad que no le cabía en esas bolsas donde porta su casa, sus pertenencias y sus sueños apagados.


En un banco de la plaza Veinticinco se ha posado el espíritu de las viejas retretas de las noches del sábado, ronda de murmullos y miradas en su contorno, mientras al centro la banda de la Policía o la del Regimiento 22 interpretaban música popular, y nosotros, los chiquillos de entonces, no sabíamos donde poner ese mix de sorpresa con aburrimiento, mientras nuestros padres saludaban amablemente. Y luego la vuelta al hogar, ahí cerquita, cuando San Juan era un sitio menudo y cordial que había sido devastado por la tragedia del terremoto del 44, y que muchos años costó remendar. Sembrado de amplios lunares, los baldíos que eran muchísimo más que las construcciones. Aún me asaltan en los sueños esas imágenes de la ciudad que durante muchos años estuvo cortajeada y casi vacía.


En aquellos bancos, nuestros padres descansaron días de ilusiones y días feroces, momentos de amor y de nostalgias. Un perro callejero hizo su siesta; el fotógrafo de la cámara cuadrada, de madera, donde metía la cabeza y que a los niños les parecía el "Cuco'', aún anda en duendes por ahí, desempolvando el pasado que se quiere quedar acorralado por las digitales y los olvidos. Creo que un día de estos, si la suerte me ayuda, veré en nuestra plaza principal revolotear una paloma portando en su pico alguno de esos sueños míos o tuyos irrealizables. Pero no estaré triste. Aunque las cosas perdidas sean parte inescindible de nosotros; he aprendido que a la vida hay que leerla por los triunfos y los momentos dichosos.