Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del mar, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz. A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. (Mt 4,12-23).


El evangelista Mateo presenta en este texto el inicio de la actividad de Jesús.  Enterado de que el Bautista había sido arrestado y el clima se había vuelto tenso y difícil en Judea, Jesús se dirige al norte del país, en la Galilea: una región despreciada, y concretamente a Cafarnaúm.  Ni Nazareth, donde fue concebido, ni Cafarnaúm, son nombrados en el Antiguo Testamento.  Aún así, esta última ciudad era una zona de frontera e importante puesto aduanero. Mateo afirma que Jesús se estableció “a orillas del mar”, pero en realidad es un lago. El evangelista habla de “mar” porque desea dar una indicación teológica. El mar era lo que separaba a Israel de los paganos; pero sobre todo, era lo que el pueblo de Israel había atravesado para huir de la esclavitud egipcia.  Por tanto, indicaba la plena liberación. Toda la temática del evangelista está en clave de “éxodo” y Jesús es el nuevo Moisés que viene a liberar a su pueblo.  La Galilea era un territorio que había sido devastado por lo asirios y Mateo cita a Dt 8,23, donde se habla de la “Galilea de los gentiles”.  Mientras la Judea debe su nombre a Judá, uno de los patriarcas más importantes, esta región del norte era totalmente despreciada, porque era habitada por pobres, labradores, y gente violenta.  A tal punto no era querida, que el profeta Isaías no sabia como definir esta región y emplea un término despreciativo: la llama “la provincia o el distrito de los no hebreos”. En esta tierra se habían infiltrado los “gojim” (paganos), desde el 732 a.C, cuando las tribus de Zabulón y Neftalí habían caído en manos de los asirios y  fueron deportados.  Estas tierras conocieron la primera “shoah” (catástrofe). Desde este lugar, afirma Isaías, que comenzaría a brillar una gran luz (cf.Is 8,23-9,1). La misión de evangelización comienza (en griego “érxato”) desde un lugar marginado, una periferia geográfica y existencial.   Desde aquí, él “pasa”, “ve” y “llama”.  Antes que nosotros nos interesemos por Dios, él se interesa por nosotros. Jesús “mira” y en Simón ve la “roca” sobre la cual fundará su comunidad.  “Mira” y descubre en Juan el discípulo de las más bellas palabras y gestos del amor.  Un día mirará a la adultera y descubrirá en ella a la esposa amante y fiel. En Nicodemo, hombre de los miedos, nacerá el valiente que tendrá la osadía de presentarse a Pilato para reclamar el cuerpo del ajusticiado. La mirada del Maestro es creadora y profética.  Nos mira y descubre en nosotros un tesoro sepultado y una melodía que nadie ha hecho sonar. Dice “sígueme”.  Un verbo que fascina y atrae. No “tú debes” venir, sino “tú puedes” ser un hombre y una mujer resucitada, dar más y ser más feliz. Jesús invita a “ir detrás (“opiso mou”) de él”. Es la actitud típica del discipulado (cf. 2 Re 6,19). Los llamados lo siguieron “inmediatamente”, sin dudas ni dilaciones para anunciar que a Dios no se lo demuestra, sino que se lo muestra. La actividad evangelizadora de Jesús se resume en tres verbos: “enseña, proclama y cura”. Enseñar al estilo rabínico; es decir, interpretando las Escrituras.  La proclamación es el anuncio marcado por la “parresía”, el coraje, para indicar que Dios es ternura que se hace misericordia. Curar en el evangelio se expresa con el verbo griego “therapeuo”, que es sanar, acompañar e inclinarse para servir.  Jesús ponía corazón en las manos, por eso “pasó haciendo el bien”. Un día un periodista le preguntó a la Madre Teresa de Calcuta el porqué su rostro emanaba claridad y sus ojos luz.  Ella respondió: “tal vez sea porque estas manos han ayudado a curar numerosas heridas y a secar muchas lágrimas”.  Es que al cristiano auténtico, nada humano le es ajeno.  
 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández