No somos un pueblo feliz. Ciertas cosas o logros nos prestan retazos de felicidad, por un momento, nada más. Messi, la Copa América o algún reconocimiento internacional. Podríamos atribuirlo a frustraciones económicas o políticas que abundan, por cierto. Pero el problema es más profundo y tiene sus raíces en la crisis moral de la sociedad. No somos un pueblo feliz porque hemos dado la espalda al contrato moral que nos unía. Deambulamos por la historia buscando un destino de gloria siempre esquivo, sin rumbo y sin un norte moral que nos una. Pero lo más alarmante, es que deambulamos como anestesiados, sin capacidad de reacción. Nunca fuimos un pueblo que aceptara mansamente el avasallamiento y la imposición de ideas. 


Nos hemos bajado del escenario de la vida, convirtiéndonos en meros espectadores. Martin Luther King nos dejó al respecto una frase inolvidable: "No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que sí me preocupa es el silencio de los buenos". Y ese silencio es complicidad. Dejar hacer, callar, no denunciar, son formas de cooperación en la acción mala que otro realiza.


No somos un pueblo feliz. Ser feliz es una decisión profundamente ligada al bien que realizamos. Recién cuando estamos en posesión del bien anhelado, alcanzamos ese estado de gozo y felicidad propio de quien llega a la meta. Por eso el bien aparece como fin u objetivo al momento de decidir.


Pero alcanzarlo supone un camino que transitamos con sacrificio, entrega y perseverancia. No hay bien posible sin lucha interior. El silencio de los buenos, en ese sentido no solo es abdicación ciudadana, sino fundamentalmente, un renunciamiento a nuestro ser "moral".


SOMOS SUJETOS ÉTICOS

Sí tuviera que definir al ser humano en tres palabras, diría que ante todo es "un sujeto ético". Sin menguar la capacidad de obrar, pongo el acento en la capacidad de valorar su hacer. Al fin y al cabo, todos realizamos actos, pero no todos tomamos decisiones éticamente correctas. La vida personal, en ese sentido, es una línea ininterrumpida de actos. Actos por los cuales nos apropiamos de nuestro destino y manifestamos quienes somos realmente. Así como las trazas que dejamos al caminar en la arena, nuestras acciones son las huellas que va dejando nuestro yo. Y en cada acción u omisión, hay una decisión previa que nos vuelve responsable de aquellas. Esa decisión es ética, porque pone en juego nuestra experiencia de la moral y nuestra experiencia moral. La primera hace referencia a nuestro conocimiento de las normas morales, mientras que la segunda alude a la experiencia de la deliberación moral. Proceso personal, donde estamos a solas con nuestro equipaje moral. Como proceso mental anterior al acto, la deliberación perfecciona la toma de decisiones y nos permite crecer en prudencia. Efectivamente, deliberar implica realizar un análisis reflexivo a la luz de nuestros principios y valores, sobre los pro y los contra de una decisión. Algo está fallando en este proceso cuando como sociedad callamos ante el mal. 


UN MANDATO MORAL

Roto el contrato moral, pronto los valores que nos definieron como pueblo, se licuarán en una sociedad que rinde culto a los bienes materiales y al cortoplacismo. La lucha por el bien es ardua y requiere de ciudadanos con temple moral y fortaleza para no caer en el desánimo y la resignación. Puede que callar o mirar para otro lado, para algunos se traduzca en réditos personales. Pero los bolsillos llenos dan una pseudo felicidad, cuando el precio es vaciar de valores nuestras decisiones. Somos sujetos éticos llamados a optar por el bien. Lo contrario es la revuelta contra uno mismo. En ese sentido, el silencio de los buenos es una forma de sedición a nuestras raíces culturales y morales. No somos un pueblo feliz. Pero el mandato moral de nuestra historia, más temprano que tarde, despertará al gigante adormecido. La esperanza, virtud oculta, tenaz y paciente, aliada de nuestra gesta como nación, nos da la confianza de que venceremos este estado de letargo moral. 

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo