Pbro. Dr. José Manuel Fernández



Hoy Jesús entra en Jerusalén. El Domingo de Ramos es la puerta de ingreso que se abre para traspasar el umbral y recorrer con el Mesías, la Semana Mayor de los cristianos. La muchedumbre lo acompaña festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: "¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!''. Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. La gente que acoge a Jesús en su entrada a Jerusalén son personas pobres, sencillas, desprendidas, y por eso, alegres. Es una invitación para que no seamos tristes ni nos dejemos robar la esperanza. Nuestra alegría no es algo que nace de tener demasiadas cosas, sino de haber encontrado a una persona divina que se llama Jesús.


¿Cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un asno, no tiene una corte que lo sigue, ni está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, que tiene el sentido de ver en Jesús "algo más''. Tiene ese sentido de la fe, que dice: "Éste es el Salvador''. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6). Ingresa para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla. Hace su entrada en la Ciudad Santa para subir al Calvario cargando un madero. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio y su cátedra magistral es el madero de la cruz. Somos súbditos, pero de un rey crucificado que tiene las manos abiertas y el corazón traspasado. Ese es su trono real. ¿Por qué la cruz? Porque asume sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, y lo lava con su sangre que es misericordia y linfa de vida, ya que es amor transparente. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias y muertes.


Hoy celebramos en Argentina el Día del Niño por Nacer, y en esta ocasión lo hacemos con el lema: "Vale toda vida''. Al iniciar esta semana donde contemplamos el misterio de la Vida plena manifestado en Cristo Resucitado, somos llamados a participar de este misterio y a comprometernos con él. Por tal motivo se nos invita en esta jornada a unirnos especialmente en la procesión de Ramos, llevando adelante un gesto que exprese nuestro anhelo de cuidar y respetar la vida como un don: agitando los ramos, aclamamos el don maravilloso de la vida desde el primer momento de la concepción. A este flagelo y drama de la muerte inocente se añaden en la sociedad actual las letales consecuencias del amor desordenado al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, la prepotencia pestilente, la globalización de la indiferencia, los atropellos contra la creación, la pobreza que humilla y somete. Mientras el 20% de la población mundial posee el 90% de las riquezas, más de mil millones de seres humanos viven con un dólar por día.


Esta Semana Santa que iniciamos hoy es una invitación al arrepentimiento de todo el mal que hemos hecho a Dios, y a él en los otros. Había una vez un soldado desaprensivo que pisoteaba todas las reglas. Un día fue herido por un disparo de ballesta que le traspasó una pierna. Mientras yacía herido, vio el paraíso muy lejos, fuera de su alcance, mientras que el infierno le parecía muy cercano. Lleno de miedo, tiró el yelmo y la espada, y corrió hacia la cueva de un santo ermitaño. "Padre, ¡quisiera recibir el perdón de todos mis pecados! ¡Estoy dispuesto a hacer cualquier penitencia!''. El ermitaño le respondió: "¡Bien! Haz solamente una cosa: ve a llenar de agua este tonel, y luego me lo traes!''. El soldado tomó el tonel bajo el brazo y se dirigió al río. Sumergió el tonel en el agua, pero éste no se llenaba. Entonces se dirigió hacia una fuente, pero el tonel permanecía siempre vacío. Furibundo, el soldado se precipitó hacia el pozo del pueblo. ¡Trabajo inútil!

Desesperado volvió donde estaba el ermitaño: "Padre ¡he corrido hacia todos los ríos y fuentes, pero no he podido llenar el tonel! Ahora sé que mis pecados no serán perdonados. ¡Demasiado tarde me he arrepentido!''. Mientras tanto las lágrimas corrían por su rostro. Una de estas, resbalando por los labios, cayó en el tonel. De repente, éste se llenó hasta el borde de un agua pura ¡como nunca se había visto! Es una hermosa enseñanza de que basta una lágrima de arrepentimiento para limpiar toda la suciedad de una vida.