Libertad o felicidad. Los regímenes populistas han puesto siempre en contradicción estos dos principios. El propio Perón hacía frecuentemente referencia a ‘nos quieren convencer de que tengamos libertad para morirnos de hambre‘ y este concepto, con distintas variantes pero con el mismo contenido de fondo ha sido repetido por distintos líderes de movimientos populistas. Se da por sentado que para gestionar la felicidad del pueblo es imprescindible restringir las libertades. Hay que reconocer que se encontró una definición muy sofisticada para justificar atrocidades: ‘economía planificada‘ en lugar de ‘economía libre‘. Como si el que es libre no estudiara lo más conveniente hacia adelante que es en lo que consiste una planificación. Claro, de ahí se podía derivar que era el Estado el más capacitado para definir cuál sería el bien común y eso daría derecho a suprimir cualquier idea contraria a los deseos del gobernante. Así lo concibieron tanto Hitler desde la Alemania nazi (nacional socialismo), el fascismo italiano de Mussolini, el comunismo de Stalin o el absolutismo de Franco. Entre nosotros los hemos visto en la Cuba de Fidel que supone una ‘democracia‘ de partido único y candidatos únicos. Hoy lo vemos reaparecer con otro disfraz en la Venezuela de Chávez-Maduro y en la Nicaragua de Ortega. Esperemos que no en el México de López Obrador. Nosotros lo vimos aplicado, por suerte con menor convicción, en la Argentina que soñaron Cristina Kirchner y su ejecutor más ‘eficiente‘ el secretario de Comercio Guillermo Moreno. ‘La base de toda orden está en el temor‘ es otro de los principios en que esta gente cree o ‘si a la gente se le da a elegir entre libertad y pan, siempre elegirá pan‘. A veces estos sistemas compiten entre sí privilegiando, con los nombres ‘izquierda‘ o ‘derecha‘, otros valores como sexo, religión, costumbres... se suelen llamar también ‘conservadores‘ o ‘progresistas‘ dibujando en una dialéctica tipo blanco o negro cuando en realidad son lo mismo, ambos absolutistas ninguno verdaderamente demócrata. Repugna a la inteligencia hablar de democracia sin libertad, pero eso es lo que acostumbran regímenes como los nombrados. Se han apropiado de la palabra, pero no del concepto. No existe país alguno en que la restricción de la imaginación libre de su pueblo haya dado buenos resultados. La excepción podría ser China, pero uno entiende que aplicar una estricta democracia para mil seiscientos millones de personas no debe ser cosa fácil. No obstante, las empresas chinas que están comenzando a distribuirse por el mundo, siguen los catálogos de funcionamiento de las empresas liberales. Uno de esos funcionarios, radicado ahora por aquí apenas llegado de Venezuela me dijo: ‘allí no se puede trabajar, tuvimos que salir‘, ‘el paro (la huelga) y el control de cambios lo hacen imposible‘, ‘a los empleados se les debe dejar salir cada vez que al gobierno se le ocurre organizar una manifestación de apoyo a lo que sea, esto ocurre todas las semanas, es imposible programar resultados de producción, calcular costos, etc.‘ ‘Si uno no tiene manera de saber bajo qué parámetros se regirá el sistema de cambio de moneda, no hay forma de comprar ni vender al mundo‘. Paro y control de cambios, estatización de la banca y el comercio exterior, cosas por el estilo, son las que propone Luis D’Elía para el pretendido regreso de La Cámpora al poder de la mano de Cristina. Esto antes de ir preso condenado por 9 años por tomar por asalto a la Comisaría de La Boca.

Libertad o felicidad es una disyunción falsa, es cierto que la libertad no es suficiente para alcanzar la felicidad de un pueblo pero es incomprensible la felicidad sin libertad, salvo que se entienda por felicidad ser alimentados por un bolsón de mercaderías racionadas como ha terminado ocurriendo en los países socialistas. Ejemplos contemporáneos sobran, el más actual es la diferencia entre el nivel de vida de los habitantes de Corea del Sur, uno de los países más ricos del mundo que nos inunda con producciones industriales de alto valor agregado, autos, motos, lanchas, electrodomésticos, etc. y la dictadura ‘progre‘ de Corea del Norte. Antes estuvieron las dos Alemanias, ejemplo de economía libre una y planificada la otra. La libertad tiene el problema de que uno debe hacerse cargo de los errores o desaciertos y de que debe navegar permanentemente entre la duda y los cambios. Los cambios, tan acelerados como vienen en estos años, han asustado a pensadores como Zygmunt Bauman (‘La modernidad líquida‘) que añoran la solidez de estructuras rígidas y temen la pérdida de poder frente a las nuevas generaciones que ensayan día a día otras ideas y apuestan a otras experiencias. En añoranza de la dictadura Stalinista abominan de la fluidez de un presente que se escurre entre las manos y aspiran a cimientos sólidos como aquellos que quieren volver a suponer que la tierra es plana (¿pueden creer que haya gente que en este siglo discuta a Copérnico y pretenda que se la tome en serio? Es el extremo de la ideología que prefiere mantenerse en el mundo de las ideas pese a que la realidad les indique todos los días que las manzanas de Newton siguen cayendo para abajo. Es el ejemplo de George Edward Moore que se reía del filósofo que preguntaba si las nubes serían reales o imaginarias mientras la gente común salía con paraguas.

Libertad y felicidad no son conceptos antagónicos sino todo lo contrario. El hombre libre es más creativo y crea más riqueza y bienestar general en menos tiempo. No es ideología, así lo muestra la historia.