Es notorio el aumento del consumo mundial de los vinos espumosos, entre ellos el Champagne, a partir del 2000 con la ansiada espera del Tercer Milenio. Este rubro, por su crecimiento, es hoy uno de los más dinámicos de la industria del vino. Argentina no escapó a esta regla y su crecimiento ha sido vertiginoso. Un boom fenomenal. En el 2000 los argentinos bebimos 17,4 millones de litros y en la actualidad ya hemos superado los 34 millones de litros. Un crecimiento del 100%. El argentino está consumiendo algo así como cerca de 50 millones de botellas si se tiene en cuenta a las tradicionales botellas personales de 187 mililitros, creadas para alentar su consumo en bares, boliches y discotecas. El espumoso nacional también ha crecido en sus ventas al exterior. En el 2000 vendíamos por una cifra de 7,8 millones de dólares, en el 2010 por 14,5 millones de dólares y hasta noviembre de 2012 por 22 millones de dólares y un volumen de 4 millones de litros. Nuestro espumante se hace famoso en Latinoamérica: Brasil, Perú, Uruguay, Chile y Colombia lo prefieren. También es importante Estados Unidos con el 15% de las ventas. En cuanto al mercado de China, nuestro país se ha convertido en el noveno proveedor por delante de Chile. Pero, ¿qué entendemos por vino espumante? Muchos lo confunden, en especial los jóvenes, con un frizante o un gasificado. Los espumantes más conocidos en el mundo son el Champagne de Francia, El Asti, Proseco y Lambrusco de Italia y el Cava de España con sus denominaciones de origen. Por definición, los ‘espumosos‘ son vinos especiales, puesto que para elaborarlos se utilizan técnicas complementarias que los demás no requieren. Conservan en la masa líquida anhídrido carbónico, y este gas contenido en la masa ha de ser de origen natural, es decir, producido en el mismo proceso de elaboración. En otras palabras: a un vino base elaborado especialmente para tal fin, se le agrega levaduras y azúcar. La levadura “come” el azúcar y desprende gas carbónico. Si este proceso se realiza en botella en forma individual se llama método Champenoise y Charmat si es en tanques de acero inoxidable. Cuando servimos un espumoso sus burbujas son gas carbónico natural. No hay agregado artificial de gas de ninguna manera. Los argentinos no podemos usar la terminología “champagne” para referirnos a nuestros espumosos por cuanto la primera es una denominación de origen de Francia y no es legal usar este vocablo. Todavía la Argentina no ha bautizado a sus espumantes con un nombre que lo identifique más claramente y sea a su vez reconocido en el exterior. Creo que no debemos descuidar este detalle y más hoy con las millonarias inversiones que se realizan en el país para elaborar este vino. Un vino gasificado es una especie de “gaseosa de vino”. Artificialmente se le agrega gas carbónico a un vino base. A veces se los denomina “espumosos gasificados”. Se venden en el país más de 5 millones de litros y su consumo ha sufrido una caída de un 6,42%. No así la exportación, especialmente a países limítrofes, con despachos de 1.200.000 litros lo que ha generado un crecimiento de 114%. Un frizante es otra cosa. No son vinos. Son bebidas compuestas de vino, agua, frutas y agregado artificial de gas carbónico. Hoy esta bebida ha crecido en el mercado interno un 13% comparando 2012 con 2011 y se consumen 11 millones de litros. Pero la caída de sus exportaciones ha sido notable con un 55 %, vendiendo en la actualidad más de 1.500.000 litros. Espumoso, champagne, gasificado y frizante no tienen la misma referencia, algo que el consumidor debe tener muy en cuenta a la hora de leer los marbetes o etiquetas y por los precios que paga en un restaurante, bar, pub o discoteca.