Se han escuchado voces del oficialismo, y también de ciertos analistas políticos, que afirman el papel que tiene el agro argentino para salir de la crisis económica que nos aflige. Pero resulta contradictoria esta tesis cuando al sector se le han fijado nuevos impuestos y en momentos en que el productor necesita incentivos para invertir, como es una financiación blanda.


Por eso estimar que una gran cosecha en la pampa húmeda permitirá al país iniciar un proceso de recuperación de la macroeconomía es una verdad a medias. Es cierto que la suba del tipo de cambio, que en un semestre pasó de 25 a 37 pesos por dólar, le representó a los exportadores rurales una mejora en la competitividad que compensa la mayor carga tributaria.


Pero esa ventaja es relativa y puede ser válida para el corto plazo, porque en adelante los costos de producción se adaptarán a la cotización puntual de la divisa norteamericana. Y vale recordar que un proceso desde la siembra a la cosecha requiere una inversión estimada en 10 millones de dólares, y este año las opciones financieras se redujeron significativamente por la incertidumbre cambiaria y las elevadas tasas de interés.


Las herramientas financieras, como las tarjetas bancarias agropecuarias, han eliminado o acotado las promociones y también influye negativamente el panorama internacional, por ejemplo en los fertilizantes debido a la suba del petróleo y la mayor demanda de ciertos mercados emergentes como India, que hicieron variar los valores globales en dólares.


El reto para el agro frente a la próxima temporada es no bajar la guardia en niveles tecnológicos de manera de alcanzar altos rindes con insumos adecuados a la potencialidad de la oferta. Pero las autoridades nacionales no deben ignorar la realidad actual porque es necesario estimular al productor pensando en una inversión que resulta indispensable en estos momentos.


Hay que reflexionar también con respecto a la situación de las economías regionales, donde los costos de producción son mayores por las características de los cultivos, caso de la frutihorticultura y los procesos de industrialización asociados como en la vitivinicultura, también con insumos en dólares y mayores costos fijos. A diferencia de los granos, aquí hay menos mecanización y consecuentemente mayores costos laborales y las grandes distancias a los mercados que diluyen la teoría de la panacea del dólar competitivo.