Si bien a nivel provincial y nacional hay leyes en vigencia que contemplan determinados controles para los restos de los agroquímicos que se emplean en las distintas etapas de la producción agrícola, con el fin de reducir la contaminación que provocan, a nivel mundial organismos como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y el Instituto Internacional para el Manejo del Agua (IVMI) han advertido sobre los peligros que implican los nitratos procedentes de la actividad agrícola en la contaminación de los suelos y fundamentalmente de los acuíferos.


El informe que revela esta preocupación señala que la agricultura moderna es responsable del vertido de grandes cantidades de agroquímicos, entre pesticidas sintéticos y fertilizantes, en un ámbito que afecta la preservación del medio ambiente en el que están presentes las fuentes de agua como el recurso que resulta más afectado por estas prácticas.


Vigilar un poco más de cerca el uso de los agroquímicos, como también el destino que se les da a los desechos o restos, traducido en la eliminación de los envases que los contienen, surge como una de las necesidades primarias en poner algún tipo de limitación a un fenómeno que es muy difícil de controlar y, mucho menos, eliminar cuando la actividad agrícola se ha basado en el desde hace tiempo.


Fue después de la Segunda Guerra Mundial que la productividad agrícola comenzó a desarrollarse en gran escala a través del uso intensivo de insumos como plaguicidas y fertilizantes químicos. Desde 1960, el uso de fertilizantes minerales se multiplicó, mientras que desde 1970 en adelante las ventas mundiales de plaguicidas pasaron del orden de los U$S 1.000 millones a los U$S 35.000 millones al año.


Se sabe que la contaminación del ambiente por parte de los insumos que utiliza la agricultura representa un desafío complejo y que no es fácil implementar sistemas de controles que apunten a erradicar su uso. Por ello una de las soluciones que los expertos sugieren es efectivizar los controles para que los agroquímicos sean utilizado en la forma más óptima posible, evitando que sean aplicados indebidamente y tratando que los restos reciban el tratamiento adecuado en su proceso de eliminación, a fin de que no terminan contaminando los suelos o el agua que habitualmente se utiliza en la agricultura. Todo esto como una manera de contribuir con el ambiente local en particular y del planeta en general.