Durante los primeros meses de pandemia el confinamiento social permitió la aparición de diversas especies de animales salvajes en áreas urbanizadas, incluso en grandes ciudades, toda una curiosidad en la cuarentena, aunque para los especialistas no era más que el retorno, aunque sea esporádico, de quienes debieron buscar lugares alejados para protegerse de la actividad humana o evitar a los depredadores. Muchas especies se adaptaron durante siglos a la convivencia doméstica pero la mayoría se alejó de sus hábitats naturales para poder sobrevivir.


Un estudio científico de dos universidades australianas y publicado recientemente por Nature Ecology & Evolution resume 39 años de investigación sobre 167 especies animales para determinar los efectos de las perturbaciones humanas en sus desplazamientos, y las conclusiones son preocupantes porque cada vez hay más peligro de extinción. El tránsito aéreo, la actividad militar, la caza, el ocio y el turismo, se suman a la tala y la urbanización, entre otras actividades que han alterado el equilibrio de la naturaleza.


Son impactos potencialmente profundos en las poblaciones diversas de animales, desde los insectos hasta el gran tiburón blanco de más de dos toneladas, y la repercusión en los procesos de los ecosistemas. Esta alteración merma los recursos faunísticos, sus posibilidades de supervivencia, las tasas de reproducción y el aislamiento genético e incluso a su extinción total. Por ello la importancia de la protección de las especies salvajes con legislaciones que impongan severas sanciones a los depredadores. 


Pero esta alteración de los movimientos no sólo tiene consecuencias directas sobre los animales, sino también se proyecta en efectos secundarios relevantes caso de procesos ecológicos, como la polinización, la dispersión de semillas o la renovación de los suelos, hechos ligados directamente a la actividad agropecuaria. Por ello es prioritario reducir el efecto de la actividad del hombre en el comportamiento de los animales para asegurar la biodiversidad en un mundo cada vez más dominado por el ser racional.


Las recomendaciones del citado estudio son aplicables a cualquier lugar donde se observan estas alteraciones, pero son más estrictas cuando el hábitat se reduce geográficamente, como en San Juan, donde la vida se concentra en oasis como los valles de Tulum, Ullum y Zonda, por ejemplo, y los espacios naturales son cada vez más estrechos para la vida salvaje. La huída de los camélidos hacia las altas cumbres evidencia una forma de sobrevivencia.