La guerra comercial declarada por el presidente Donald Trump contra China, en julio pasado, al frenar las importaciones del país asiático con imposición arancelaria por 34.000 millones de dólares y otras restricciones administrativas, no parece una cuestión de competencia de mercado sino que puede desequilibrar la globalización económica y la propia política interna.


El enfrentamiento entre Washington y Pekín ya está repercutiendo en la Unión Europea, en los aliados vecinos de bloque integrado por Canadá y México, y Rusia anunció su propia guerra aplicando mayores aranceles a los productos norteamericanos. Antes de la decisión unilateral de Trump se sintieron las prohibiciones aduaneras sobre el hierro, el aluminio incluyendo el argentino y otros insumos importados considerados estratégicos.


Si bien a los chinos inquieta el cierre de las exportaciones a Norteamérica por las cargas tributarias que dicen excesivas, los analistas del gobierno comunista estiman que el país sufriría una caída de tan sólo el 1% en la producción. No obstante, el impacto económico los impulsa a replantear los nexos bilaterales con otras naciones mejorando las condiciones del intercambio. Además los jerarcas afirman que pueden resistir un retraimiento comercial por más tiempo que el mandato de Trump.


Pero más allá de las bravuconadas de uno y otro gobierno, los terceros países afectados están pidiendo la intervención de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para llegar a un entendimiento, en tanto los economistas estadounidenses muestran preocupación por las consecuencias internas de una guerra que EEUU podría perder.


Es que China tiene más control de su economía y promueve un modelo de crecimiento basado en la demanda doméstica antes que en la inversión y las exportaciones. Por la otra parte la mayoría de los estadounidenses no comparte las decisiones de Trump y teme que la macroeconomía sentirá el retroceso del enorme déficit comercial.


Por los recortes impositivos prometidos por Trump en la campaña, el déficit fiscal crece de tal manera que se proyecta a un billón de dólares en 2020. El país tiene un grave desequilibrio: la inversión interna supera a los ahorros y se deberá importar capital para mantener los niveles de crecimiento si no asoma antes el fantasma de la recesión. Es que una guerra comercial a largo plazo dejará tantas secuelas locales por la cultura norteamericana de endeudarse apuntando a objetivos de corto plazo.