El impacto de la pandemia en el país tiene un saldo devastador que se suma a los déficits y desigualdades arrastrados durante décadas, donde los sectores más desprotegidos son víctimas de la pobreza extrema agravada por un estado de emergencia sanitaria, alimentaria y económica como consecuencia de una paralización de más de 160 días. Este retroceso histórico obliga a activar una agenda política con el consenso de todos los sectores de la vida nacional para trabajar de inmediato en la demanda social, sin que por ello se dejen de lado las cuestiones estructurales, sino postergarlas hasta que la nueva normalidad permita considerarlas.


El descalabro socioeconómico se agrava de tal manera que, aun controlando la pandemia, la economía caerá un 10% al concluir 2020, con una desocupación del 60%, potenciando la pobreza al 40% e indigencia del 10%, propia de la desigualdad social que llegaría al 35%, más el 58% de niños y adolescentes desamparados, de acuerdo a estimaciones de las agencias de la ONU. Los chicos son los que más sufren, uno de cada tres argentinos es pobre en la franja de 0 a 14 años y los indigentes superan el millón en la emergencia alimentaria.


Los bolsones de pobreza extrema no sólo se encuentran en el AMBA y áreas bonaerenses sino en varias provincias, por ejemplo Salta donde un 12% de la población vive sin agua potable y 15% sin cloacas. Se suman más de 4.000 asentamientos en el país con seria complejidad de dominio, urbanización y necesidades básicas insatisfechas. En todos los casos se perdió la cultura del trabajo, tanto por la paralización laboral formal como informal, de manera que sobreviven con el mayor asistencialismo estatal de la historia.


Los números del colapso son contundentes y la reactivación será una tarea titánica tras la crisis sanitaria, para lo que se necesita algo parecido a un Plan Marshall, como lo definió el presidente Alberto Fernández para entender la magnitud del socorro económico que tuvo la arrasada Europa de posguerra. En consecuencia el objetivo inmediato es empezar ya mismo con la reconstrucción socioeconómica con una convocatoria a todos los sectores gravitantes para consensuar la recuperación por encima de mezquindades sectoriales e ideológicas. Cuando está de por medio el bien común no hay opositores que lo nieguen ni puente que no se pueda tender.


Salvarnos entre todos significa dejar de lado objetivos políticos partidarios que se debaten con apuro pero que no los comparte la gran mayoría del pueblo, desde el pobre que no tiene para comer, hasta el empresario imposibilitado de invertir en bienes de capital ni en mejoras tecnológicas porque los créditos subsidiados los utiliza para pagar sueldos. Es el gesto de grandeza que se reclama a una conducción sensible y una dirigencia despojada de egoísmos partidarios, o gremiales y con espíritu patriótico enfocadas en el bien común.