Decir que van a "seguir empujando con un plan de lucha hasta que caiga el gobierno'' no es una declaración de principios, es lisa y llanamente un acto de soberbia o de avasallamiento contra el sentir de numerosa gente que no comparte esos procedimientos. Esas expresiones no son más que viejas recetas sindicales destinadas a generar un estado de tensión o crear un ámbito de incertidumbre, en busca de ganar protagonismo, en una forma que los argentinos no estamos dispuestos a tolerar.


El dirigente ferroviario Rubén "Pollo'' Sobrero, uno de los más enérgicos representantes de la izquierda, nunca debió aventurarse a decir lo que dijo, ya que hablar de hacer caer un gobierno es trasladarnos a una época negra de nuestra historia que queremos alejar definitivamente.


Los golpes de Estado, que tanto opacaron la historia argentina son parte del pasado, y es un hecho de que los argentinos no estamos dispuestos a avalarlos, especialmente cuando están promovidos por un dirigente sindical, vinculado al peronismo, que lo único que busca es notoriedad para seguir enquistado en una organización que le otorga poder e impunidad para decir o hacer lo que quiera.


Consciente de la gravedad de lo expresado, Sobrero intentó después del acto de la CGT del lunes pasado aclarar que no había querido decir "Gobierno'' sino "Plan económico'', pero es evidente que lo hizo en un intento de no quedar imputado por sedición, disimular la falta de cualidades y condiciones para ser dirigente gremial y no seguir recibiendo el repudio de su propia gente, que tampoco avala este atropello institucional.


La lucha sindical por más despiadada que sea debe tener sus límites, y no puede ir más allá de poner en peligro las instituciones de la democracia. Caso contrario estaría actuando en contra de la propia naturaleza que da vida a los gremios.


Hacer caer un gobierno es conspirar contra la Patria o estar al servicio de intereses totalitaristas que anhelan la concentración del poder para ejercer su propia voluntad.


La actitud de Sobrero es propia de una dirigencia sindical surgida de un movimiento político que no tolera la alternancia en el poder y que es capaz de utilizar cualquier metodología para recuperar el manejo de la cosa pública. También para eludir responsabilidades en graves fallas en el manejo de los ferrocarriles que costaron mucha vidas.


El país cada vez menos necesita de estos personajes que son capaces de alterar el orden público con tal de alcanzar objetivos propios y esconder su personalidad corrupta y destituyente.