"Me había criado en un ambiente muy perfeccionista, muy autoexigente y mi personalidad se había formado así, quería ser un 10 en todo. Entonces, pensé: ‘Si ya soy flaca, puedo ser la más flaca´".

Camila tiene 16 años y se animó a mostrar sus fotos para denunciar el denominado "body checking", una peligrosa práctica que consiste en analizar los cambios en el propio cuerpo cuando se reduce la alimentación.

Ante la avalancha de manifestaciones de apoyo que recibió, la adolescente de San Justo escribió más tarde: "Nunca me imagine que esas fotos iban a tener tanta difusión. Gracias por cada mensaje/comentario, me llena el alma".

Camila publicó las imágenes del momento en que se encontraba con un grave cuadro de anorexia y el día que las compartió -2 de junio- estaba contenta porque, tras un gran esfuerzo en su tratamiento, le permitieron volver a las clases de danza.

De acuerdo con la joven, tenía 13 años cuando empezó a experimentar los signos de anorexia. "Primero empecé a comer sano pero me miraba en el espejo y no notaba ningún cambio. Pesaba 45 kilos y me propuse pesar 40. Como mis papás trabajaban de tarde y no me veían, aprovechaba para no comer. Cuando te enfermás, vas armando estrategias: a la hora de la merienda me hacía la dormida y los fines de semana simulaba que dormía hasta el mediodía y evitaba el desayuno", contó a Infobae.

En ese contexto, "me había propuesto ingerir 1.000 calorías por día pero después quemaba más de lo que comía", relató la adolescente, quien añadió: "Si no podía hacer ejercicios, era el fin del mundo".

"Ya no quería ir al colegio, me daba vergüenza mi cuerpo, especialmente mis piernas. No quería que nadie me viera hasta que no llegara a ese ideal de delgadez que me había puesto. Pero las metas siempre quedaban lejos, porque cuando llegué a 40 kilos quise seguir bajando", explicó.

Según ella, el problema "era cada vez peor" ya que "al principio le tenía miedo a un alfajor o a una porción de torta, después a un tomate".

La situación la llevó a alejarse de amigos y familiares. "Lloraba todo el día. No quería ir más al colegio, sentía que no podía seguir con mi vida. Quería desaparecer", señaló.

Tras consultas infructuosas con una nutricionista, Camila empezó a experimentar una etapa inversa: "No podía parar de comer. Comía tres alfajores y después dos paquetes de galletitas enteros. A veces vomitaba, otras veces no. Poca gente entiende bien de qué se trata la anorexia, hasta que no te pasa no sabés. Creían que verme comer era sinónimo de que me estaba recuperando, que estaba compensando lo que había perdido", sostuvo.

Luego, "empecé a ser vegetariana y creí que me había estabilizado", afirmó. "Mis papás empezaron a quedarse a la tarde en casa pero yo me obsesioné otra vez. No dejé de comer tan abruptamente sino que comía lo mínimo", detalló.

"Desayunaba un té con dos galletitas, no tres. O sea, parecía que comía pero seguía haciendo esas rutinas de ejercicios. Cuando estaba en el baño y vomitaba, prendía la ducha para simular que estaba haciendo otra cosa", reconoció la chica.

Ya metida en la relación con su actual novio, pero en una delicada situación anímica, Camila inició un tratamiento en la Fundación La Casita.

"Llegué pesando 38 kilos, ya usaba ropa de nena. Tenía que anotar todo lo que comía pero seguía mintiendo. Cuando me pesaban, salía a la luz", relató la joven, para luego añadir: "No me decían que me podía morir, pero la verdad es que muchas veces sentí que prefería estar muerta, quería dejar de existir".

La primera parte del tratamiento "no podía gastar energía" y es por ello que estuvo siete meses sin ir a las clases de danza.

"Cuando empecé a estar mejor lo primero que sentí fue felicidad. No recordaba esa sensación", dijo ahora Camila y, a modo de advertencia, recalcó: "Recién había vuelto a ver las fotos que usaba para el body checking. En aquel momento me parecía que mi cuerpo estaba normal, ahora no".

"Creo que mostré esas fotos para que otras chicas vean que la anorexia no es un callejón sin salida", dijo la adolescente e insistió: "Quiero que otras chicas sepan que no es normal estar pensando todo el día en la comida, ir al gimnasio aunque estés enferma, bajar de peso y seguir disconforme, vivir llorando, mirarse al espejo 20 mil veces por día por si engordaste".

"A la anorexia no la cura el tiempo, al contrario, el tiempo la empeora, porque la enfermedad siempre encuentra un hueco para meterse. No esperen a llegar a un extremo para pedir ayuda", alertó.

Sobre su actualidad, Camila contó: "Hoy estoy aprendiendo a separar lo que me pasa de la comida. A ser más flexible, a no ser tan rígida ni tan detallista. A cambiar los pensamientos, a aceptar que no puedo tener el control de todo, a no gastar tanta energía en la perfección, a lo importante que es estar nutrida para tener una linda vida y crecer. En un cuerpo de nena chiquita, no podés crecer".