El plácido aire fresco y otoñal del mediodía porteño contrastaba con la ansiedad de cientos de personas que iban acercándose al ingreso principal por Avenida Santa Fe esquina Sarmiento. Varios niños acompañados por sus padres, señores y señoras mayores; y también algunos grupos de adolescentes esperaban impacientes acceder de una vez por todas al predio de La Rural, donde hasta el 16 de mayo tiene lugar la Feria Internacional del Libro, que el jueves abrió sus puertas al público. Pasar por el molinete y después encontrarse con los primeros stands del pabellón Ocre, donde están las provincias argentinas -a primera vista el de San Juan- fue el inicio de un viaje reconfortante para el público y una prueba de fuego para los 1.500 expositores acreditados (con representación de 40 países), que hasta último minuto ultimaban detalles. Aunque no hubo en el debut concurrencia masiva como en otras ediciones -las visitas no colmaron los 45 mil metros cuadrados cubiertos-, tras dos años de ausencia la Feria regresó más viva que nunca y se espera una masiva concurrencia para este fin de semana.

El público puede elegir un libro favorito en un buscador digital y recibir el ejemplar en su domicilio, en todo el país.


Son 7 los pabellones cubiertos, además del hall central y los espacios al aire libre donde la gente puede sentarse a tomar un café mientras disfruta del libro recién comprado. Al ingresar al más grande, el Azul, el stand del Ministerio de Ciencia y Tecnología deja a todos con cara de asombro: niños y adultos se sorprenden con los dinosaurios robóticos animados, blanco de las cámaras y celulares. Pero lo más notable es cómo la mirada de los visitantes desborda ante la inconmensurable cantidad de libros expuestos. Hay de los más variados títulos, géneros, formatos y temáticas para todas las edades y gustos. Se puede encontrar desde ediciones de autores independientes a bajo costo hasta atractivos saldos, pasando por ediciones coleccionables y otras de lujo, ante las cuales los más selectos lectores no dudan en pasar la tarjeta para llevarse ese tesoro.

Representantes de bibliotecas populares hacían despachos de libros comprados para llevar al 50% del valor. 


Esta edición cuenta también con otros espacios para la recreación y la lectura, donde los más chiquitos pueden interactuar con tablets para crear sus propias animaciones en stop motion y narrar una historia; como así también con una inmensa biblioteca de cuentos para quedarse toda la tarde leyendo o que le lean alguna poesía o un cuento. El pabellón Amarillo cuenta con el stand de La Habana como la invitada especial de este año, que despliega una agenda cargada de actividades culturales. Y la propuesta central que signa esta edición es la celebración del centenario del natalicio de José Saramago, escritor español que será homenajeado con un maratón de lectura (el 2 de mayo), con figuras de la cultura y de los medios que leerán a viva voz fragmentos de sus textos. 


Este reencuentro entre editores, lectores, escritores y libreros comenzó con el pie derecho y pese a las dificultades ya conocidas, se muestra revitalizado, como un oasis en medio de todo, donde la palabra escrita vuelve a ser una verdadera celebración.

Un clásico de 1982, Ediciones de Mente, único stand de juegos y crucigramas con un stock de 10 mil revistas. 



 

Los favoritos de los visitantes. Los dinos animados cautivaron al público. Todos sacaban fotos como recuerdo.


 

Hay numerosas ofertas accesibles y diversidad de contenidos, de editoriales comerciales e independientes.
Los niños tienen un buen lugar para entretenerse escuchando historias en la concurrida casita de la lectura.
Los más pequeños podían construir sus propias historias aprendiendo a hacer stop motion con miniaturas.
Hernán Zapp expuso su Graham Paige 1928 con el que recorrió el mundo. Lo cuenta en su libro Atrapa tu sueño.