Durante el segundo encuentro internacional de muralistas Maaanso, que finaliza hoy, hubo una energía creativa inundó toda la zona comprendida entre el Barrio Ferroviario y las extensas murallas del cementerio de la Capital. Alrededor de 80 artistas de diferentes ciudades y con miradas diversas plasmaron esa popular frase que dice "si el poder calla, las paredes hablan". Es la forma de visibilizar no solo formas estéticas o decorativas, sino también de dejar un mensaje, social, político, artístico y también humano. En profundidad, los muralistas ponen en el enorme manto blanco de fondo vida y color a una zona que por mucho tiempo fue sinónimo de tristeza y quietud. Cada artista ha dejado impreso su firma, con seudónimos, apodos o nombres abreviados. Eneicekao, de Chile, tiene en su boceto una imagen fragmentada de varios rostros en un solo cuadro. 'Me gusta generar una crítica en lo que pinto. Estoy pasando un proceso introspectivo a la vez en pensar de donde vengo, en conectarme con mi pasado ancestral y dejar mi mensaje en la imagen', comentó el artista trasandino mientras mezcla colores en un tarro con pintura. Atento al entorno, Rulo de Buenos Aires, quiso que su mural armonice con el entorno, buscó 'plasmar lo que pasa en los barrios. Pinto lo que aprendo mirando. Porque involucra mis sentimientos y el sentimiento de los otros'.


Auka es mendocino pero se radicó en Chubut. Su obra rinde tributo a Juana Azurduy, pero que también busca narrar visualmente los conflictos, luchas sociales y la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas de la región en donde vive. Sensibilizado por la desaparición forzada de Santiago Maldonado y su causa, Auka explicó su intención artística: 'Busco una línea de tiempo desde los tiempos de la Conquista del Desierto en 1800 hasta la actualidad. Siento que la historia se repite hoy, por la persecución del pueblo Mapuche y de todos los pueblos del continente', expresa con firmeza en su oralidad, como en la expresión de su mirada.


A su lado, Yamil Montiel, quien junto a Ponja Roca, son uno de los primeros en poner en práctica el muralismo en la provincia hace unos años atrás. Vino de Córdoba esta vez a compartir una experiencia de vida que lo tocó profundamente: 'vivimos en un momento donde las fábricas se cierran y mucha gente se queda sin trabajo. Están los trabajadores desamparados a la buena de Dios. Por eso pinto este mural de un muchacho de 35 años, en Quilpo, en Cruz del Eje, funcionaba una cantera de cal a cielo abierto. El calero se quedó sin trabajo, sin vivienda, porque al cerrar la empresa se demolió el barrio de 95 familias que vivían ahí'. Mientras tanto, en otro lugar, Jésica de Ramos Mejía, pintó a un hombre y una mujer cuyo concepto es 'el encuentro entre ambos, el deseo, la fantasía y la intención de acercarse mutuamente'. Aunque las paredes por dentro del cementerio respiren un aire de muerte y soledad, por fuera, las mismas paredes respiran vida. Después de muchos años de tener un cartel que decía 'Prohibido pintar las paredes', ahora, de pronto, los muralistas rompieron esa frontera y le cambiaron la cara al paisaje urbano de esa zona de la ciudad, resignificándolo a la vista de todos.