El fin de semana pasado, la Casa Natal de Sarmiento volvió a convertirse en una postal viva de ancestrales tradiciones, esta vez vallistas. Luego de la visita de las artesanas moquineras y en marco del mismo programa -"Tramas Andinas, Telares y Comunidad", que lleva adelante el Museo junto Turismo y Cultura- un puñadito de hacedoras del este se instaló en uno de los patios para compartir su vasta experiencia sobre hilado y teñido con técnicas tradicionales; instancia que tuvo una previa en su tierra, donde oficiaron de anfitrionas. Con entusiasmo contagioso, enorme paciencia y cálida generosidad, Susana Olguín y Valeria Chávez desgranaron el hilado con huso y el teñido de lana de oveja con tintes naturales; y al día siguiente, montaron hilos y tejieron en telar criollo (como el de Doña Paula, que desde algún lado habrá disfrutado la escena). 


Aunque sin todos los elementos con los que cuentan en sus hogares, se las arreglaron muy bien para desplegar su magia. Y sin exagerar, porque verlas convertir vellones en prolijos ovillos y colorear madejas con llanto del árbol, tusca y jarilla, tuvo mucho de eso. 


"El artesano trabaja la materia prima desde el cuidado del animal, para que de buen cuero y lana. Lleva su tiempo y es lo que debemos aprender a reconocer, trabajo y esfuerzo, son manos sabias. Nunca harán una réplica, porque mejoran siempre", comentó a DIARIO DE CUYO Rosa, hija del reconocido artesano en cuero Serapio Herrera. La joven que las acompañó subrayó la importancia de este programa para la vigencia y continuidad de las artesanías tradicionales en su departamento, que según un relevamiento, cuenta con unos 100 cultores de distintos rubros. 


Mientras Rosa hablaba del valor del oficio, Valeria lo demostraba con sus manos manchadas de tintes. Si bien varias veces estuvo capacitándose en la Casa de Sarmiento, esta era la primera vez que llegaba a enseñar, o como más le gusta decir, a compartir. "Siempre aprendemos, nos guían para que podamos ser más de lo que somos, escuchando, intercambiando ideas con cada persona que uno se encuentra", explicó la única de once hermanos que continúa con esta tradición que, como es común, aprendió "haciendo" junto a su mamá y abuela. "Me encanta", aseguró, y se notaba. Sus ojos brillaban cada vez que ponía la lana en el agua coloreada por algún yuyo, cascarón o rama: "A ver qué color nos quiere dar ahora...", anunciaba casi como una ilusionista antes de sacar la lana teñida provocando admirados "¡Ohhh!" de la concurrencia. 


Ellas saben por qué se esquila en luna nueva o cuarto creciente, son expertas en distinguir el chinchil falso del verdadero, conocen cómo "majar" el yuyo "para que largue el color" y tienen claro en qué época del año las plantas les regalan tonos más vibrantes. 


En otro rinconcito, "la Susi", de Chucuma, hacía de las suyas con el huso armado con un palo de chilca (en su casa también usa una rueca, que le permite ganar tiempo), rodeada de quienes practicaban esto que no parece fácil ni lo es, menos comparando con su prolijidad impoluta. Artesana de telar "plantado", también hace todo el proceso, desde esquilar la oveja hasta la prenda terminada; preciada herencia que recibió de las mujeres de la familia, aunque aseguró que cuando un hombre hila, lo hace muy bien.


Con la serenidad del Valle en su rostro, sus dedos se movían como hadas que le daban al hilo la textura y el espesor buscados. "Me gusta hacer esto. Amo todo lo que sé y amo enseñar, me encanta que los chiquitos se arrimen, que busquen aprender, porque me gustaría que quedara el legado para el mañana", expresó. Y agregó: "Ojalá haya muchos más que puedan aprender y que los alumnos superen a la maestra... Eso me llena de orgullo".

Susi enseñó a usar el huso. Esquila dos veces al año y en luna nueva o cuarto creciente "para que la lana vuelva a crecer sana y más rápido". En el Valle los vellones son firmes pero más cortos, porque el garabato ("un árbol que tiene como uñitas) engancha la lana y la corta. Al vellón se le pone ceniza para sacar la grasa, se lava con agua y se tiza o escardilla para sacarle las basuritas. Entonces se hila a huso o rueca.
La naturaleza es generosa para los tintes. Utilizan jarilla, tusca (que da distinto color, sea de Chucuma o del centro del Valle), llanto del árbol (como una savia negra que corre debajo de la corteza), chinchil (que también se usa para saborizar licores e infusiones), té de burro, pimiento rosado y más. En la experimentación está el secreto para encontrar el color. 


 

Valeria comenzó majando el chinchil. Las ramas se ponen en agua hirviendo durante una hora aproximadamente, que luego se cuela (el tinte se puede guardar en botellas, pero cambiará el color según se use de un día para otro o más de una vez). El líquido teñido vuelve al fuego, se le agrega un puñado de sal gruesa para fijar el color y cuando hierve se introduce la madeja por 15 o 20 minutos máximo, revolviendo para que no se queme. Se saca, se deja enfriar muy bien para que no destiña, se enjuaga con agua (preferentemente corriente) se deja secar y se ovilla. 
En el telar criollo. Esta fue la última etapa del proceso que mostraron las artesanas vallistas, montando hilos y tejiendo. De una oveja se saca aproximadamente 1,5 kg; y se necesitan 3 kilos para un poncho mediano. Un poco menos demandará una manta, por ejemplo. También tejen frazadas, peleros, caminos de mesa y de sillones, etc.