"Blog de Bencha". Así bautizó a una serie de escritos donde -vía Facebook, a través de su celular y "acovachada en la cama"- compartía con amigos y familiares buena parte de lo que le tocó atravesar en aquel duro trance de su vida. Entiende ahora, a la distancia, que luego de recibir el diagnóstico de cáncer de mama se quedó muda, no literalmente, pero no tenía ganas de hablar con nadie. Y entonces, aquello que siempre le había resultado sencillo, escribir, fue su manera de comunicarse y su cable a tierra. Pero tal era su "ángel" para trocar experiencias en palabras justas, que de golpe ya no eran diez los que la leían, sino cien y luego miles; y empezaron a llegarle mensajes de gente desconocida de otras provincias y países, saludándola, identificándose, contándole, agradeciéndole, bendiciéndola. A diario, muchas personas -y no sólo pacientes oncológicos- aguardaban una nueva entrega del "Blog de Bencha", donde Belén Coria -esta rubia extrovertida de ojos con chispas, sonrisa radiante y una garra envidiable que reflejaba en cada oración- narraba en primera persona un chequeo de rutina, la bronca de perder a una amiga de combate, los mitos de un cuerpo mutilado, la persecución a su perra cuando se escapaba al jardín con su prótesis, el amor gigante de su hijo Juan, un sol de entonces de cinco años que quiso pelarse cuando a su mamá se le cayó el pelo por la quimio; o los cuidados de sus padres y hermanas, de fierro en medio de sus tempestades, entre tantas historias colmadas de humanidad. 


Un día, Belén desapareció del Facebook y con ella sus reportes. Y todos la extrañaron y le mandaron mensajes. Algunos contestó, pero no más. Hizo saber que seguía bajo tratamiento, que estaba bien y eso dejó tranquilos a todos los que habían aprendido a quererla sin conocerla personalmente. De igual modo, nadie la olvidó y por eso la gran alegría cuando regresó a las redes para contar los motivos de su ausencia: un milagro llamado Lucía, que acaba de cumplir dos años y que es su nueva alianza con la vida. Casi insinuando el inesperado embarazo, aquella "etapa" -como le llama a la enfermedad que eligió atravesar a su manera, desde la esperanza, con sus caídas y levantadas- se cerraba para dar paso a otra, con otro modo y otras cosas que expresar: Belén había retomado la pintura que la había enamorado hace años atrás, esa que la hizo colgar la carrera de Derecho -casi un asunto de familia-, anotarse en un taller en Córdoba, estudiar un par de años en la facultad de Artes y también con una artista en Mendoza; y -finalmente- entregarse de lleno al lenguaje de los pinceles, donde se refleja hoy. Justamente, fue ahí donde se anunció el "gran cambio". "Noté que era monocromática antes del cáncer y cuando volví a pintar fue con colores, muchos colores, un antes y un después marcadísimo" señala aún sorprendida. 


La rentré vino de la mano de la serie "Despeinadas", figuras femeninas de abundantes y revoltosas cabelleras. "Cuando me empezó a crecer el pelo, lo primero que me nació fue pintar una despeinada... Es todo un símbolo, no es solo el pelo lo que te crece, es una nueva vida" dice Belén, que vendió prácticamente todos esos cuadros. Luego, hilvanadas con un hilo invisible, llegaron otras mujeres a sus atriles: Las "Yemanyá" (o Iemanjá), diosa pagana de la fertilidad, protectora del hogar y de los navegantes, muy popular en Brasil, donde la vio en un imán para heladera y quedó cautivada. Versionó muchas y una de ellas gustó tanto al conocido artista plástico Milo Locket -a quien Belén conoció en 2017 pintando un mural en el Hospital Rawson, donde trabaron amistad y le pidió conocer su taller- que la invitó a llevarla a una exposición suya en Buenos Aires. En eso andaba cuando, en un chequeo para una cirugía preventiva, descubrieron que el útero que iban a extirparle en diez días anidaba a Lucía. Después pintó la Virgen de Guadalupe, la del Perpetuo Socorro y Santa Bárbara... "No tengo idea por qué ellas, porque no tengo una vida así... religiosa digamos; no sé, son mujeres fuertes...", ensaya una explicación que al final encuentra bajo el rótulo "Mujeres Poderosas", que claramente incluye a sus despeinadas. 

"El arte, en cualquiera de sus formas, siempre salva. Y no es una opinión, es una vivencia".


"Ahora se me dio por los fondos lisos con pintura dorada, no sé por qué; y en la cuarentena pinté muchas ventanas... en cada una hay una cuarentena distinta... Y bueno, en paralelo una va procesando otras cosas dentro suyo, que ya saldrán" comenta relajada la artista -término del que no se apropia porque, dice, le resulta "demasiado grande"-, a quien le gustaría estrechar vínculos con sus pares de la provincia y también exponer en algún momento, aunque reconoce que nunca se ha organizado para eso.


"Yo doy talleres y tengo mucho movimiento de mis obras, pero nunca expuse. Quizás tiene que ver con esto de asumirse y mostrarse, y tal vez haya alguna inseguridad propia dando vueltas todavía y me cueste salir de mi zona de confort... Pero como todo, cuando sea el momento, saldrá", desdramatiza Belén, para quien el arte es esencial en su vida. 


"El arte me ha salvado de todo de lo que se te ocurra. Sé qué sentía con cada texto que escribí, con cada pintura que hice; yo sé lo que me pasaba ese día y no hay una pintura igual a la otra. El arte, en cualquiera de sus formas, siempre salva. Y no es una opinión, es una vivencia", sentencia Belén, sumergida en nuevos proyectos que involucran a su blog -que todavía puede leerse en Facebook- y a sus "despeinadas", entre otras ideas que revolotean por su alma inquieta. "Siempre quiero más, mucho más, ojalá pueda hacerlo", sonríe. 


FOTOS: Marcos Urisa