Bajo fuego. Un petrolero arde en medio del golfo de Orán tras un ataque de supuestos piratas. Por el nivel tecnológico mostrado, Trump acuso a Irán de estar detrás de estos serios incidentes.

En los últimos días se generaron dos misteriosos "casus belli" que habrían impulsado la tan temida guerra entre Estados Unidos e Irán. El primero fue cuando dos superpetroleros que atravesaban el golfo de Omán fueron misteriosamente atacados por piratas que habrían mostrado un nivel tecnológico no propio para esas agresiones, usando drones y minas magnéticas. El segundo fue el derribo de un gigantesco avión estadounidense no tripulado por parte de un misil antiaéreo iraní.

Si bien la región ha sido históricamente escenario de agresiones contra grandes buques petroleros, como por ejemplo las ocurridos durante la guerra que enfrentó a Irán e Iraq en la década de 1980, una nueva guerra contra estos superpetroleros parecía comenzar el 13 de mayo cuando cuatro de estas gigantescas naves fueron supuestamente saboteadas en el puerto del emirato de Fujairah sin provocar víctimas ni grandes averías.

Por el ataque Arabia Saudita y Estados Unidos culparon a Irán, a lo que Teherán respondió que la acusación era infundada y que buscaba provocar una "guerra psicológica".

Lo llamativo fue que, una semana antes, Donald Trump había ordenado el envío a la región del "Grupo de Ataque USS Abraham Lincoln", compuesto por el portaviones del mismo nombre, cruceros y destructores lanzamisiles, y un grupo de bombarderos B-52. 

Posteriormente, el 13 de junio, se produjeron los ataques al petrolero noruego Front Altair, con bandera de las Islas Marshall, y al petrolero japonés Kokuka Courageous, con bandera panameña, por los que Estados Unidos nuevamente acusó a Irán.

Los iraníes no sólo negaron la acusación sino que decidieron llevar su queja a las Naciones Unidas. Lo sugestivo fue que el ataque -y la acusación estadounidense- se produjeron en el mismo momento en que el primer ministro japonés, Shinzo Abe, visitaba Teherán donde buscaba unilateralmente un acercamiento entre los persas y Washington.

Trump rápidamente sostuvo que la agresión de Irán era la respuesta a las sanciones estadounidenses que limitan al extremo su exportación de crudo, a la suspensión del acuerdo nuclear que habían alcanzado en época de Obama y al haber declarado al Pasdaran, la organización militar conocida internacionalmente como Guardia Republicana, como grupo terrorista. La República Islámica negó cualquier implicancia en el hecho y replicó que los Estados Unidos pretendían sabotear sus esfuerzos diplomáticos.

Una semana después se produjo, el 20 de junio, el derribo de un gigantesco avión de observación estadounidense no tripulado del tipo RQ-4 Global Hawk, probablemente un MQ-4C Tritón operado por la Marina, por un misil iraní del tipo Sayyad SC2C, y parte de los restos de la nave fueron apresuradamente recuperados y exhibidos por Teherán. El avión había caído en aguas territoriales iraníes en la provincia sureña de Hormozgan, junto al estrecho de Ormuz, ese estrangulamiento geográfico por el que pasa el 30% del petróleo mundial y el gas natural licuado qatarí.

Tras el derribo todo parecía indicar que Washington marcharía a la guerra. Los hechos recordaban otros eventos de la historia que luego se demostraron manipulados, como el supuesto ataque español al acorazado Maine, que precipitó la guerra entre Estados Unidos y España en 1898, el ataque de lanchas torpederas norvietnamitas al destructor USS Maddox, que justificó en 1964 la intervención de Washigton en la guerra de Vietnam, o, más cerca en el tiempo, "las armas de destrucción masiva" que llevaron a la invasión de Iraq.

Inmediatamente comenzaron las declaraciones hostiles y la guerra de nervios, pero el gobierno iraní nunca se amilanó y mostró una diplomacia muy activa. El ministro de Relaciones Exteriores, Mohamad Zarif, convocó al embajador de Suiza, que representa los intereses de Washington en Irán, para entregarle una nota de protesta pero también para advertirle que su país presentaría documentación ante las Naciones Unidas que demostraría que el Global Hawk había violado el espacio aéreo iraní.

Paralelamente, autoridades de la Guardia Republicana declararon que los estadounidenses habían apagado en el dron el transpondedor, un dispositivo que permite su identificación para el control del tráfico aéreo, lo que representaba una clara señal de espionaje.

Pero a último minuto, cuando el ataque estadounidense parecía inminente, Trump decidió dar marcha atrás y cambiar el discurso. Se dijo que el derribo del dron había sido ordenado por un mando menor y que no servía exponer la vida de cientos de personas por un error humano. El propio presidente dijo que era "desproporcionado" atacar Irán y "matar ciento cincuenta iraníes" por el derribo de un avión no tripulado.

La ofensiva aérea y misilística que se esperaba finalmente no se efectuó y a cambio el gobierno estadounidense decidió llevar adelante dos medidas diferentes contra Teherán. Por un lado profundizó las severas sanciones económicas que ya le había impuesto y por otro desencadenó un ataque informático contra el sistema digital de las fuerzas armadas iraníes. Del primero solo el tiempo medirá su eficacia, mientras que del segundo se duda de su efectividad considerando que los persas han sacado de la red gran parte de su sistema de defensa luego de ataques similares recibidos por sus plantas nucleares.

En Washington muchos venían desaconsejando una guerra con Irán. La prestigiosa editorial Military Times sostenía que el poder militar iraní es mucho más peligroso de lo que se suponía y creía que el conflicto se podía descontrolar y devenir en regional, con un alto costo de vidas y material para los Estados Unidos. Al parecer Trump decidió consultar al general Joseph Dunford, su jefe de Estado Mayor Conjunto, a parlamentarios y hasta a su presentador favorito de la cadena Fox News, el comentarista conservador Tucker Carlson, con el que presenta una increíble simbiosis de pensamiento, y todos desaconsejaron el conflicto.

Lo cierto es que los rumores de guerra impulsaron una suba del precio del petróleo en los dos días inmediatos al derribo del dron y eso desató todas las incógnitas acerca de cuan necesaria era una nueva guerra para la Casa Blanca, cuando ya tiene muchos escenarios internacionales abiertos, como la guerra comercial con China, la crisis venezolana, el plan nuclear norcoreano, la crisis de los inmigrantes o la presencia militar acotada en Iraq, Afganistán y Siria. Pero seguramente la pregunta que se debe haber hecho el "Trump empresario y político" es qué sentido tenía arriesgar su plan económico, que ha logrado casi el pleno empleo, altos niveles de consumo y tasas bajas, en el mismo momento en que debía lanzar su campaña por la reelección. ¿Para qué -con la suba internacional del precio del petróleo que resultaría del conflicto- recalentar una economía que de por sí ya muestra algunas señales de ello, en un momento en el que el estadounidense medio ya debe pagar mayores costos por los productos chinos o de la Unión Europea que han recibido el castigo de los aranceles?

Cuando en 1992 lanzaba su campaña electoral "Bill" Clinton para enfrentar al todopoderoso George Bush "padre", que tenía un 90% de imagen positiva como resultado del manejo de la implosión soviética y de haber triunfado en la primera Guerra del Golfo, el demócrata parecía tener todas las de perder. Todo cambió cuando su asesor para la campaña, James Carville, le señaló que debía poner el acento en los temas nacionales, puntualmente en la economía. El asesor dejó un cartel recordatorio donde habían sólo tres frases, una de ellas decía "la economía, estúpido". Así nació el famoso slogan de la campaña electoral de Clinton que le haría ganar las elecciones: "Es la economía, estúpido". Hoy, la respuesta de Trump para todos aquellos corifeos que pretendían que estallara la guerra con Irán y que le servía a muchos -menos a los propios estadounidenses- sería: "Son las elecciones, estúpido".