El 8 de diciembre de 1991, Rusia, Bielorrusia y Ucrania declararon que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) habían dejado de existir, acelerando así la renuncia de Mijaíl Gorbachov, la caída del Comunismo y la desintegración de lo que era considerada la segunda potencia mundial después de EEUU.

Gorbachov, primer y último presidente de la URSS, traspasó el poderío nuclear a Rusia y le dejó una envenenada herencia que intenta conservar, pero muchas cosas han cambiado.

La URSS tenía unos 300 millones de habitantes y quince repúblicas, y Rusia, aunque sigue siendo el país más grande del planeta, tiene menos de la mitad de población.

La Federación de Rusia, como es conocido ahora el antiguo imperio zarista y soviético, no lo ha tenido fácil durante estos 20 años, en los que ha tenido que librar guerras (Chechenia, 1994-96) y crisis de suspensión de pagos (1998) para evitar su propia desintegración.

Pocos apostaban por Rusia cuando el 25 de diciembre de 1991 la bandera tricolor rusa fue arriada en el Kremlin en reemplazo de la insignia roja con el martillo de Hoz, símbolo del comunismo. Es que la herencia soviética iba acompañada de un sinfín de problemas estructurales y un costosísimo arsenal nuclear.

El acierto de Putin

El primer presidente elegido democráticamente de la historia de Rusia, Borís Yeltsin, logró salvar el país, aunque a costa del empobrecimiento de la población, el advenimiento de una nueva aristocracia de multimillonarios y la rendición estratégica ante Occidente.

Para ello, no dudó en bombardear el Parlamento, que quería limitar sus poderes (1993), y en ordenar la invasión de la secesionista Chechenia, violencia que se propagó a toda la región del Cáucaso y que ha marcado a sangre y fuego la política rusa durante los últimos 20 años.

A finales de los años 90 del pasado siglo, un Yeltsin sin respuestas, cedió el poder a un hombre proveniente de los servicios secretos, Vladímir Putin, en lo que muchos interpretaron como un retorno del temido KGB y de los nostálgicos del antiguo régimen comunista al Kremlin.

Los analistas apuntan que los precios del petróleo, que marcaron máximos históricos durante casi toda la década anterior, facilitaron el trabajo de Putin, que logró hacer lo que no pudo su antecesor, pagar a tiempo salarios y pensiones. No obstante, la reciente crisis financiera demostró que no era oro todo lo que relucía y, como reconoció su sucesor en el Kremlin, Dmitri Medvédev, la economía rusa es ‘primitiva‘ y sufre una ‘humillante‘ dependencia del petróleo y el gas, igual que la URSS. Lo malo fue un recorte de las libertades individuales.

De vuelta al ruedo

Eso sí, en el plano internacional Rusia ha logrado recuperar posiciones, merced a una política recelosa de Occidente en la que Moscú ha intentado hacerse respetar en su patio trasero y recuperar los lazos con los viejos socios de la URSS, incluida Latinoamérica. recientemente dio un gran salto a quedar incorporada como miembro de la Organización Mundial de Comercio.

En ese afán de hacer frente al avance occidental hacia sus fronteras y, en particular, a la expansión de la OTAN, Rusia incluso lanzó una intervención militar en Georgia por el control de la separatista Osetia del Sur (8-12 agosto de 2008).

Además, Rusia ha lanzado diferentes procesos de integración con repúblicas como Kazajistán y Bielorrusia, con los que intenta recrear en el plano económico y de seguridad la antigua mancomunidad soviética.

Putin, un reconocido nostálgico de la URSS, asegura que su iniciativa de crear una Unión Eurasiática no es una reencarnación del coloso soviético, pero Occidente sigue sin fiarse del primer ministro ruso, que podría perpetuarse en el poder hasta 2024.