
El destino futbolístico de la Selección argentina está por verse y el pescado más sabroso será vendido a partir del 31 de agosto en Montevideo, pero lo que ya ha quedado claro es que en una conferencia de prensa y un par de entrenamientos Jorge Sampaoli se ha movido con singular pericia en el terreno de la seducción. Seducción, magnetismo, habilidad, como se les llame, todos valores que de momento cotizan al máximo en la medida que todavía no ha llegado la hora de la verdad en, Ángel Labruna dixit, ‘el verde césped‘. El Sampaoli de la conferencia de prensa inaugural puede ser leído como un hombre humilde, respetuoso, austero y demás, o bien como un hombre astuto que supo calcular el reparto de dulces para cada quien y salir airoso de la eventual amenaza de la desconfianza. (¡Hasta habló bien de Carlos Salvador Bilardo, a quien poco menos había descalificado años ha, cuando llegó a estar en la carpeta de los dirigentes de Estudiantes de La Plata!).
En fin; un Sampaoli tan amplio, cordial y fraternal que infundió ganas de votarlo para diputado.
Sea por confirmación (porque ya les generaba admiración), sea por revelación (por su declaración de principios, por sus novedosos métodos de entrenamiento, por la composición del equipo que perfila), se ha desatado una verdadera algazara entre un buen número de menottianos, bielsistas, guardiolistas y otras variantes de la devoción por el fútbol ‘ofensivo‘, el de la ‘propuesta generosa‘, el ‘conceptual‘, el ‘moderno‘, y acaso, por qué no, ‘el que le gusta a la gente‘. ¿Cuánto hace que un director técnico de la Selección no promueve semejante entusiasmo en tales parroquias de abundante presencia en las redacciones y en los paneles de radio y de televisión?
Habrá que remontarse, entonces, a la secuencia José Néstor Pekerman/segundo ciclo de Coco Basile, entre 2004 y 2008 , para localizar una expectativa así entre los desvelados por la pregunta del millón: la Selección, ¿enamora o no enamora?
Llegado el caso, nobleza obliga, la obra de Sampaoli será reconocida y su club de admiradores gozará de las consabidas regalías.
Entretanto, vaya una de turf: en la cancha se ven los pingos.