El británico, invicto en 20 peleas, todas ganadas por la vía rápida. Derrotó a Takam en el 10mo round, pero no lució.

En la que en los análisis previos era una pelea tranquila, para lucirse y confirmar que es campeón de peso pesado que puede entrar en la historia, el británico Anthony Joshua (20-0-0, 20 Ko) defendió exitosamente sus coronas de la AMB (Asociación Mundial de Boxeo) y la FIB (Federación Internacional de Boxeo) al vencer por nocaut técnico en el décimo asalto al retador camerunés Carlos Takam (35-4-1, 27 Ko), en un combate desarrollado en el Millenium Stadium de Gales, ante una multitud de 76.000 personas.

Todos los aficionados británicos asistieron a la arena con la idea de ver en acción al joven monarca que destronó a Wladimir Klitschko en una gran actuación y esperaban más de él, porque no solo era siete años más joven, sino también más alto que el afro-francés, que arribó a la pelea con solo 15 días de entrenamiento aceptando suplantar al lesionado Kubrat Pulev.

Durante todo el transcurso de la contienda Joshua fue más que Takam, que no salió a sobrevivir, sino que -con sus falencias- intentó complicar al campeón. Más allá de un par de derechas conectadas en el tercer round, el retador no pudo imponer su boxeo de corta distancia, pero en su afán por conectar algún boleado, le quitó distancia a Joshua, quien por imperio de su poder y alcance fue lastimándolo. Le produjo un corte en el quinto asalto y fue siempre más arriba del ring, pero no lo suficiente para ganar con la claridad que quería ver el público.

Por eso, más allá de una victoria clara, porque perdió solo un round, pegó más y fue superior; la gente no le perdonó su amarretismo. No arriesgó, no contagió, por lo tanto, no convenció.