Una relación conflictiva desde el principio que aún no parece encontrar un final tranquilizador. Los años de matrimonio y los sucesivos hijos, la conformación de un hogar fue extendiendo sufrimientos nacidos de actos violentos cada vez más agresivos. Hoy, Noelia Conturso relató el infierno del que trató de huir pero del que no logra escapar. Pasó de todo, denigraciones verbales, golpes físicos y, fundamentalmente, psicológicos que fueron minando el autoestima y horadando la economía individual.

Noelia Conturso (38) conoció a Ramón Alfredo Olmos (43) hace más años de lo que le gustaría. Hubo todo lo lógico en una pareja de la vieja escuela: hijos –cuatro, dos menores que todavía sufren estar en la franja del conflicto, de 15 y 16-, mudanza, departamento, y matrimonio. Todo siguió inercialmente hasta que Conturso no lo soportó más. Se cansó de los golpes, de las amenazas de muerte, de las noches de insomnio –que nunca se fueron- y de los problemas cotidianos por las situaciones más nimias. Puso fin a la relación, se separó. Han pasado 5 años de eso, y un año de su distanciamiento formal y legal: divorcio.

Sin embargo, nada detuvo las hostilidades –cada días más crecientes- de Olmos; Noelia las cuenta como si fuera una grabadora, ya las contó tantas veces frente a las Comisarías y Juzgados que tiene el mecanismo interiorizado. “Él visita a su familia casi todos los días, la casa de ellos está en Lote Hogar 26 de Santa Lucía, la mía también, está ubicada justo al final del callejón. La casa de inicio de tal callejón es la de la hermana de él, por lo que todos los días lo veo y me insulta o agrede”, dice la mujer.

Uno de los últimos episodios de violencia ocurrió hace una semana. Conturso estaba al salir rumbo a la casa de una vecina que le presta el horno para hacer semitas –“lo único que tengo para subsistir”- cuando Olmos apareció y le dio una patada a la altura de la rodilla; ella cayó y él huyó. Situaciones similares continúan sucediendo a pesar de una perimetral en vigencia. Después de varias denuncias, la Justicia se la otorgó pero con una extraña modalidad: no especificó la distancia exacta medida en metros. Es decir, Olmos simplemente no puede aproximarse a su exesposa, sean 10, 20, o 500 metros, asegura Conturso.

Ante esta última agresión, la víctima se dirigió a la Comisaría de la Mujer para reiterar la denuncia. En la institución escribieron lo dictado por ella, pero le dijeron que no podrán detener a Olmos en tanto esté vigente la cuarentena obligatoria del presidente. Noelia tiene, lisa y llanamente, miedo.

“Este tipo me va a matar en cualquier momento”, advierte con preocupación.

Al tiempo que recuerda otros hechos, por ejemplo: durante meses Noelia debió trabajar en un hotel alojamiento –un telo- en el tenía el rol de “mucama y telefonista, nada más”.

Pero Olmos insistía en que ella era una trabajadora sexual que disfrutaba de su labor. “Me decía de todo, y ahora a mi hija – Guadalupe, 16- también le hace lo mismo”, explica, “le ha dicho que es una cualquiera, una trol*, una chup* pij*”.

Mientras sus hijos mayores se mantienen al margen de la situación, los dos menores –queda mencionar a Cristian, 15- están en un tira y afloje fervoroso y molesto. Noelia dice que tiene custodia compartida, que el varón vive con Olmos y que la mujer, con ella, por las razones expuestas. “Él es violento, nunca se sabe con qué va a saltar, más de una vez se ha emborrachado e ido a mi casa a gritarnos, es un infierno”, se angustia.