SIN SEÑALES. El fuego se inició y se consumió sin que ningún vecino lo notara. Todo indica que Daniela Castro (46) y su pequeño Nieto Ian (2 años) murieron en la madrugada.

Fue Nicolás, el hijo mayor de Daniela Castro (46) quien intuyó lo peor al notar que nadie respondía al tocar la puerta y, al asomarse por la venta, toparse con el terrible cuadro de ver todo quemado en la habitación donde dormía su mamá. Sobre las 16,30, la Policía tuvo que romper la puerta de esa casa en la calle Primera Junta metros al Este de David Chávez, Pocito, para poder entrar, sin que nada se pudiera hacer porque, al parecer, el fuego había ocurrido durante la madrugada. La sorpresa fue doble cuando además del cuerpo de la mujer tendido en el piso, se toparon con el cadáver de su pequeño nieto Ian Ismael Millán (2 años y 4 meses) sobre la cama. Una revisión más exhaustiva del lugar donde ocurrió todo, el dormitorio de la casa, llevó a los peritos de Criminalística y a los Bomberos a sacar una primera hipótesis: el fuego pudo ser accidental y no iniciado por alguien más, pues los ingresos de la vivienda no habían sido violentados, dijeron fuentes policiales.

Al parecer, todo se inició y concluyó en la madrugada porque el mismo hijo de la mujer que ayer pasó a verla, "la había visto bien" durante la noche del domingo, dijeron fuentes policiales. Los vecinos tampoco notaron nada. La doble muerte fue el segundo episodio que concluyó en tragedia ayer en Pocito: el otro cobró la vida de un niño con capacidades especiales en un accidente de tránsito (ver página 8).

No descartan que el fuego letal se iniciara por un cigarrillo.

Sofía, la mamá del nene que estaba trabajando en Angaco cuando ocurrió la doble desgracia.
 


UNA VIDA DIFÍCIL

Quienes conocieron a Daniela Castro (46) aseguran que la separación de su marido y padre de sus tres hijos (hoy de 24, 19 y 17 años) la había afectado bastante, al punto de dejarle un cuadro depresivo que obligó a medicarla. Quizá por eso fumaba mucho aunque últimamente la veían fumar menos (por eso no se descarta que el fuego lo iniciara un cigarrillo) y hacia afuera no daba señales de atravesar algún bajón anímico, porque una vez por semana asistía a un curso de artes industriales con una amiga, una mujer que también le daba una mano, como algunos familiares y sus vecinos en el barrio Pocito donde residía, porque Daniela vivía en la pobreza.

El pequeño Ian, el primogénito de Sofía Millán, su hija de 17 años, quizá era otro motivo para estar bien, pues el niño pasaba todo el tiempo con ella. A causa de la complicada situación económica, Sofía salía a trabajar en lo que sea, incluso en los potreros, de sol a sol. Últimamente se iba a trabajar a un kiosco en Angaco y cada cuatro o cinco días volvía a su casa con algo de dinero, contaron sus familiares. Tan difícil era el momento de madre e hija, que no tenían teléfono y lo pedían a conocidos y amigos para poder comunicarse. Se hablaron por última vez el viernes, cuando quizá ninguna sospechaba que sería por última vez.