Miraba la serie Friends y vio a Chandler excitado, al grito de “¡no veo la hora de salir esta noche!”. Entonces dijo: “¡Así me voy a sentir yo cuando termine la cuarentena! ¡Ay, ma! ¡Me emociona de solo pensarlo!” En su colegio las clases arrancarán en junio. El día es un chicle sin sabor, pero ella tiene 14 años y una paciencia infinita. Claro que no todos los argentinos transitan la cuarentena por la pandemia de coronavirus con la misma frescura: mientras algunos ya tienen un par de ataques de pánico en su haber, otros se sienten en su salsa, como si el Gobierno les hubiera hecho un gran favor con la medida del aislamiento.

Así lo explicó una psicoanalista reconocida en su entorno, que por la esencia de su práctica clínica solicitó no difundir su nombre. “Hay tres grandes grupos”, introdujo, en referencia a cómo sus pacientes atraviesan estos días, en especial tras la noticia de la prolongación de la cuarentena, cuyo final es una especie de “zanahoria” inalcanzable.

El primer grupo es el más interesante, tal vez por ser el menos comentado: “Tengo cinco o seis pacientes que están encantados con la cuarentena. Básicamente se sienten aliviados, o porque tienen fobia social, o porque odian las aglomeraciones o porque simplemente son personas muy individuales. Se sienten en su salsa”.

“En algún caso, una embarazada que está chocha de quedarse en casa todo el día. También, jugadores de póker o lo que sea que pueden pasarse tres o cuatro días delante de la computadora, felices de la vida. Lo que sienten por la cuarentena es satisfacción”, detalló.

De estos perfiles opinó también Mauricio Strugo, psicólogo y sexólogo, especialista en vínculos. “Es así, tal cual. Hay gente que por ejemplo sufrió ataques de pánico en su vida y que ahora te dice: ‘Me vino espectacular la cuarentena porque me cuesta salir, y no tengo que usar el transporte público. Estoy en mi casa tranquilo y seguro’. Digamos, gente ermitaña. Pero yo les diría que aprovechen estos días para valorar los vínculos con los demás. Necesitamos el contacto para sobrevivir. Contacto y retirada es un dúo necesario en la vida”, señaló.

El segundo grupo —retomó la psicoanalista— “son los que hacen esfuerzos inmensos para encontrar su mundo. Mucha gente está diciendo 'me pude conectar con esto o con lo otro… cosas que no habían hecho nunca en la vida y que en algún sentido les permiten armarse un mundo interior sin necesidad de salir. Tal vez, cosas que descubren de sí mismos o actividades que no habían hecho nunca: ven que pueden cocinar, ocuparse de las plantas, de la casa. O sea que el encierro no les produce efectos del todo negativos”.

En este punto, Strugo explicó que “por eso muchos problemas están pasando a un quinto o sexto plano, lo que deja lugar a preguntas existenciales: para qué estamos, cuál es el sentido de la vida. Y como no tienen respuesta concreta, producen angustia”. 

Pero la psicoanalista consultada opinó en otra dirección: “Con la pandemia se podía predecir que muchas terapias llegarían a su fin porque parece agotarse la posibilidad de decir algo. A estos dos primeros grupos, los problemas se les vuelven irrelevantes. Unos están contentos con el encierro y los otros ya no tienen nada para decir porque hay un mundo nuevo en las pequeñas cosas de la cocina, las plantas, intentar no pelearse con los familiares… intentan que la vida sea más vivible”.

Y hay, claro, un tercer grupo: “No se los puede tildar de hiperkinéticos porque esa es una enfermedad, pero hablamos de gente que no puede vivir sin moverse. Están en sesión por videoconferencia y fuman un cigarrillo tras otro. El encierro les resulta traumático y si tienen una tendencia adictiva, puede descontrolarse más en este contexto. Un paciente dijo ‘sí o sí, el 13 salgo a la calle’. Vamos a ver qué pasa porque en estos casos su problema es la ansiedad y eso no queda en un segundo plano”.

En la misma línea, Strugo señaló la necesidad de contención que están viviendo muchos: “Es un momento de cierta inconsciencia. No sabemos qué día o qué hora es y es difícil armarse una rutina. Muchos necesitan un lugar habilitado donde poder hablar. Y con tal de sostener la sesión, hacen lo que sea".

"Una, por ejemplo, tomó la sesión desde el auto porque vive en una casa chica y necesitaba hablar lejos de su pareja, para referir cuestiones del vínculo. La gente se ajusta para tener su espacio terapéutico. La vida está descuajeringada”, evaluó.