Coreando el estribillo de Puerto Montt, un grupo de mujeres de distintas edades seguía la interpretación de Adelmo, el cantante que rinde tributo a Los Iracundos. "El romanticismo nunca pasa de moda", decía Adelmo, mientras bajaba del escenario para el ritual de acercarse a sus seguidoras y sacarse fotos con ellas. Las más osadas le gritaban cada vez que se acercaba al público, mientras los hombres asistían con distintos grados de incomodidad a la escena de ver a sus mujeres delirando por otro varón. Así, entre canciones románticas y folclore transcurrieron las dos noches de peña en el complejo Ceferino Namuncurá, en San Martín, con muy buena respuesta de la gente que llegó con sus reposeras, conservadoras y equipos de mate para aprovechar el fin de semana largo.

Ya cuando empezó a poblarse el escenario con las voces de folcloristas locales, el entusiasmo de los presentes se hizo sentir. Más de una pareja salió a bailar gatos, cuecas y zambas en el espacio libre que quedaba delante del escenario, mientras que sobre él iban desgranando canciones conjuntos como Rastro Nativo, Los Hijos del Viento y Las Voces de Pie de Palo, entre otros. Desde las mesas y tablones dispuestos a continuación de las sillas para los espectadores, numerosos grupos saboreaban la oferta de los puestos de comida o lo que ellos mismos habían traído desde su casa. En cada parrillero, una fogata y un aroma tentador anunciaban que el asado ya estaba por salir, mientras las academias de baile iban mostrando su destreza sobre el escenario. "He venido a ver bailar a mis nietos y de paso, aprovechamos la noche que está linda", dijo Horacio mientras recibía un mate de su hija. En otro grupo, algunas mamás cuidaban la indumentaria de sus hijos bailarines, mientras aguardaban el turno para subir al escenario.

Los vendedores de juguetes luminosos, muy solicitados por los chicos, recorrían las mesas ubicadas en la explanada del complejo, mientras gran cantidad de niños, haciendo caso omiso de la hora y del aire frío que empezó a soplar, hacían elevar sus hélices a lo alto, tomando desprevenido a más de uno cuando bajaban al suelo. Entre mates, pizzas y chorizos asados a las brasas, las familias de diferentes departamentos aprovecharon la fresca noche otoñal para asistir a una peña como las de antes, con los cerros como caja de resonancia.