En acción. Empezó joven para poder mantener a su familia. Recorre varios barrios durante las mañanas y ya tiene su propia clientela.

Por los años que lleva desempeñando el oficio sabe casi con exactitud qué cantidad de fruta y verdura necesita para cubrir la demanda de su clientela. Pero hasta el día de hoy compra un cajón extra de naranja. Es para repartir entre los niños pobres que se encuentra en el camino. Maximiliano Bonilla es un joven de 25 años que se gana la vida con una verdulería ambulante que improvisó sobre un carro. Dijo que con este trabajo gana lo justo y necesario para mantener a su familia, pero que de todos modos prefiere "achicar" las ganancias con tal de ver la sonrisa de un niño. Hoy es el Día del Verdulero y Maximiliano lo celebrará trabajando.

La paternidad en plena adolescencia no sólo lo obligó a dejar el estudio, sino también a buscar un trabajo donde no le exigieran el secundario completo ni experiencia previa. Fue así que se convirtió en changarín en el Mercado Concentrador de Rawson, tarea que desempeñó hasta que tomó "coraje" para convertirse en verdulero. "Aprendí rápido a tratar a la clientela y qué verdura y fruta prefiere. Como no tenía lugar en mi casa ni plata para alquilar un local donde poner una verdulería, decidí vender casa por casa. Y aprendí a querer este trabajo que es muy sacrificado, pero que me ha dado muchas alegrías. Me siento muy feliz por verles la carita a los niños cuando les regalo una naranja. Siempre pienso en mi hijo cuando hago estas cosas", dijo el joven.

Maximiliano sale a las 5 de la madrugada de su casa para regresar pasadas las 22. Durante todas esas horas trabaja soportando las ganas de ver a su hijo. Vive con su familia sobre la calle 12, en Pocito, pero por cuestiones de mercado, trazó su ruta de trabajo por varios barrios de Rawson. "En Pocito hay muchas casas donde tienen una huerta, entonces no se vende mucha verdura. Por eso elegí Rawson para vender. Uso la casa de mi mamá como depósito. Allí dejo el carro y la verdura que me sobra, y preparo todo para salir a vender en la mañana bien temprano y hasta la noche. Lo más difícil es no ver a mi hijo en todo el día", dijo.

Primero comenzó la venta callejera a pie, tirando un carro. Luego de un tiempo pudo comprar una moto para tirarlo y poder cubrir una zona más amplia para la venta. Hoy, ya tiene una clientela fija y lo esperan los niños para recibir su naranja. "Cuando termino la venta y regreso a la casa de mi mamá, me encuentro algunos niños humildes por el camino, entonces me paro para darles una fruta, aunque haya tenido un mal día de trabajo. Me hace muy bien porque estoy convencido que mientras más doy más recibo", dijo.